La relación entre el Síndrome del Impostor y el Perfeccionismo

Así es como el síndrome del impostor está vinculado al perfeccionismo disfuncional.

La relación entre el Síndrome del Impostor y el Perfeccionismo

En las personas que son muy perfeccionistas, puede darse una paradoja muy curiosa. Por un lado, están tan implicadas en su trabajo o en su proyecto que conocen sus aspectos técnicos hasta el más mínimo detalle; sin embargo, precisamente porque hay muchas emociones en juego, también pueden llegar a tener una visión muy sesgada de lo que están haciendo y de los resultados que obtienen.

Dicho de otro modo, saben mucho acerca de las diferentes partes y mecánicas de lo que están creando, pero lo tienen más difícil para tener una visión objetiva y distanciada acerca de lo que significa todo eso, y de lo que dice acerca de uno mismo.

Es por eso que en el ámbito de la Psicología muchas se habla acerca de lo que se conoce como “perfeccionismo disfuncional”, el cual suele dar lugar a patrones de comportamiento basados en el autosabotaje y la baja autoestima. En este artículo hablaremos acerca de una de las consecuencias más comunes de esa forma de perfeccionismo: el síndrome del impostor.

¿Por qué el perfeccionismo es una espada de doble filo?

Lo primero que hay que remarcar es que el simple hecho de ser una persona perfeccionista no es algo necesariamente negativo; es importante distinguir entre casos diferentes. Por ejemplo, el perfeccionismo auto-orientado es aquel en el que es uno mismo quien fija las metas y los ideales a alcanzar, y en estas situaciones es menos probable que surjan problemas de ansiedad.

Sin embargo, hay otro tipo de perfeccionismo, el socialmente prescrito, que es una verdadera bomba de relojería en lo relativo a la salud mental, ya que nos pone una y otra vez en una situación en la que valoramos todo lo que vamos consiguiendo no desde nuestro punto de vista, sino desde el que atribuimos a otras personas, y eso nos hace estar sometidos a una gran presión por trabajar mucho y bien con tal de ganarnos la aceptación y validación del resto.

Pero esta última manera de ser perfeccionistas no solo nos daña porque nos pone bajo el desgaste continuo de la ansiedad; además, influye en nuestra manera de interpretar los resultados que obtenemos, haciendo que siempre nos sintamos mal ante estos. No nos hace sentirnos insatisfechos, sino directamente culpables y heridos emocionalmente; esto se debe a que nuestra manera de relacionarnos con el valor moral de “la perfección” es desde el miedo a no dar la talla a ojos de los demás, con lo que siempre estamos alerta ante cualquier signo de enfado o rechazo, y esta tarea es en sí otro tipo de trabajo que realizamos en paralelo y nos estresa por una vía diferente.

¿Y qué es el síndrome del impostor?

Pasemos ahora a ver en qué consiste el otro sub-tema de este artículo: el síndrome del impostor. Se trata de un fenómeno psicológico en el que alguien que ha realizado ciertos logros significativos (por ejemplo, sacarse una carrera universitaria, recibir un ascenso en el trabajo o crear una empresa exitosa) es incapaz de aceptar que es merecedor o merecedora de esos méritos, de modo que asume que todo se trata de un malentendido al interpretar algo que ha sido fruto únicamente de la suerte.

Como puedes intuir, el síndrome del impostor está estrechamente vinculado con ciertos problemas de autoestima que hacen que la persona siempre esté “en guardia” esperando el momento de ser desenmascarada como fraude.

El vínculo entre el perfeccionismo y el síndrome del impostor

Ahora que hemos visto qué son el perfeccionismo disfuncional y el síndrome del impostor, toca preguntarse: ¿cómo se relacionan ambos? Lo que tienen en común es una manera problemática de gestionar la ansiedad, asociándola a una búsqueda desesperada de aplazar el momento en el que los además descubren que no estamos hechos para una determinada tarea, proyecto, o rol profesional.

La persona con el tipo de perfeccionismo disfuncional que hemos visto antes no se esfuerza porque eso le llene o porque tenga mucho interés por acercarse a un ideal, sino para huir de la vergüenza, la burla o el enfado de los demás; por eso, entiende que su único recurso para no caer ante las exigencias del resto es sacrificar muchísimo tiempo y esfuerzo, una solución precaria y que según su punto de vista no es sostenible; tarde o temprano dejará de valer.

Teniendo en cuenta esta manera de ver las cosas, no sorprende que cuando llegan los elogios o las muestras de admiración estas sean vistas como un doloroso recordatorio de que “se ha hecho trampas”; una muestra de que los demás están dedicando una atención a la persona equivocada y, en el fondo, merecerían saber que están ante un fraude.

Una vez hemos adoptado ese punto de vista ligado a la ansiedad que provoca echar la vista atrás y recordar el camino de amargura que nos ha llevado a esa “inmerecida” fama, lo siguiente es poner nuestra atención solamente en nuestros defectos, en todo aquello que confirma la narrativa de la persona impostora que engaña a los demás manteniendo una imagen que no se corresponde con la realidad, ya que aparece la necesidad de mantener oculto todo eso.

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