Ansiedad y Ataques de Pánico: crisis y oportunidad

Un análisis del origen de los ataques de pánico como fenómeno de un trastorno de ansiedad.

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Mucho se habla y se escribe sobre la ansiedad y el ataque de pánico. Los profesionales de la salud mental suelen mantener cierto acuerdo en relación a los síntomas asociados a este padecimiento. En verdad, el ataque de pánico no es una entidad clínica aislada, claramente definible, sino que se trata más bien de un episodio crítico que le puede suceder a cualquier persona y por diferentes razones. Por lo general, suelen presentarse en pacientes que padecen lo que el saber psiquiátrico incluye dentro de los Trastornos de Ansiedad.

Debemos tener en cuenta que cuando hablamos de Trastorno no estamos haciendo alusión a una patología estructural de una persona, sino a un estado del psiquismo que puede perdurar durante un tiempo. Es por ello que no podemos hablar de que la persona está enferma, sino que su estado anímico perdió estabilidad.

¿Qué es un ataque de pánico?

Ahora bien, ¿cómo reconocerlo? Pues bien, lo podemos ver a partir de una sintomatología bastante precisa. Solemos encontrar que una persona, por un tiempo más o menos prolongado, se siente nerviosa o preocupada, perturbando así su modo de vida, su relación con las demás personas, a veces también sus relaciones amorosas, laborales, entre otras. En muchos casos, estos elevados montos de ansiedad conducen a dificultades para poder conciliar el sueño o bien puede suceder que se despierte en medio de la noche, provocando un cansancio físico y psíquico que suele acumularse en los días.

Y dentro de este cuadro puede suceder que la persona tenga un episodio crítico en el cual el aumento de la ansiedad provoque un ataque de pánico (panic attack). Esto provoca un intensísimo sufrimiento en el sujeto, caracterizado por la aparición súbita de síntomas físicos como el aumento de las palpitaciones, la sudoración en la frente y las manos, temblores en algunas partes del cuerpo (generalmente en alguna de las extremidades), sensaciones de vértigo, etc.

Estos síntomas físicos, si son intensos, son vividos con extrema preocupación, motivo por el cual suelen estar acompañados por la sensación de estar en riesgo de una muerte inminente, o con ideas de padecer una enfermedad grave, como un tumor, sensaciones de asfixia, miedo a “perder la cabeza” o a volverse loco. El grado de sufrimiento que conllevan estos episodios suelen ser muy elevados, conduciendo a las personas a situaciones de urgencia por lo que no es poco frecuente que se finalice la demanda en alguna guardia médica.

Si bien estas crisis de pánico pueden estar motivadas por algún acontecimiento en particular, como puede ser la presencia de un peligro inminente y real que sorprende al sujeto en una determinada situación (terremoto, accidentes vehiculares, escenas de violencia, etc.), lo cierto es que por regla general surgen sin motivación aparente, lo cual somete al psiquismo del sujeto a un alto grado de vulnerabilidad e incertidumbre que redobla el sufrimiento subjetivo.

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La pregunta por la causa

Decíamos más arriba que los diferentes actores que integran el campo científico suelen acordar en la sintomatología que define a los trastornos de ansiedad y los ataques de pánico, pero esto no es así a la hora de intentar responder sobre lo que causa de ésta problemática, vale decir, sobre su etiología.

Si investigamos un poco el campo, vamos a encontrar lecturas neurocientíficas que intentan reconducir este padecimiento a las bases fisiológicas y neuronales del sistema nervioso central. Se centrarán en investigar las estructuras cerebrales que intervienen en las emociones, la cognición y la memoria, e intentarán mostrar cómo los cambios de determinados neurotransmisores como la serotonina, la dopamina y el ácido gamma-aminobutírico (GABA) tienen consecuencias en el estado de ánimo de una persona.

Las lecturas, en consecuencia, tendrán como resultado que, como los neurotransmisores tienen un papel crucial en el estado de ánimo y de la ansiedad, el desequilibrio en sus niveles pueden contribuir a la aparición de síntomas de ansiedad y ataques de pánico. Como consecuencia, las investigaciones centrarán sus esfuerzos en la búsqueda de un fármaco que incida directamente las conexiones neuronales o fisiológicas del organismo, desconociendo las influencias del contexto de la persona que padece este trastorno, o de las razones psicológicas que se encuentran en el origen.

Por otro lado, existen lecturas con base cognitivo conductual que considerarán a este padecimiento como la consecuencia de pensamientos erróneos que posee el sujeto, por lo que el tratamiento clínico intentará modificar dichos pensamientos para que la persona se sienta de otra manera. De estas lecturas parten las frases tales como “sientes lo que piensas, y si cambias de pensar, y piensas en positivo, podrás sentirte mejor”, que suelen viralizarse por las redes sociales. Se intenta guiar al pensamiento hacia un lugar más racional, lo que se suele llamar como gestión de las emociones.

Sin embargo, las cosas no suelen ser tan sencillas y lo cierto es que, dichos consejos, suelen ser útiles para un porcentaje extremadamente bajo de la población. En el caso de los profesionales que trabajan desde estas orientaciones, intentarán guiar al paciente a que realice un aprendizaje para no tener miedo a las iniciales sensaciones de ansiedad, y suelen estar acompañadas por técnicas de respiración y relajación. La idea central aquí es intentar exponer el sujeto a los estímulos ansiógenos para poder desacondicionar al psiquismo a responder de esa manera.

Como vemos, estas perspectivas, resumidas aquí muy sucintamente, se focalizan fundamentalmente en intentar reducir los síntomas, ya sea por medio del medicamento o por medio de la relajación u operación intelectual. Si bien, no desmerecemos el valor y la importancia de estas perspectivas, nosotros intentaremos introducir otros interrogantes que serán guía tanto de la construcción de hipótesis teóricas como de un plan de tratamiento.

El ataque de pánico, una crisis de origen multicausal

En mi experiencia con el tratamiento de los trastornos graves de ansiedad y de crisis de pánico, pude constatar que no se puede reconducir el estado de ansiedad a un hecho o experiencia en particular que lo desencadene, salvo en muy raras excepciones. Por el contrario, lo que encontramos es una multiplicidad de factores que actúan al mismo tiempo por una suma de procesos ansiógenos que hace que el sistema psíquico colapse ¿Cómo podemos entender este proceso?

Desde nuestra perspectiva consideramos a la ansiedad como el resultado de un proceso de angustia que el sujeto no puede expresar o tramitar psicológicamente. Cuando la persona se encuentra en situaciones de acumulación de ansiedad, puede suceder que el psiquismo funcione como una olla a presión, intenta contener la angustia acumulada, hasta el punto en el que no se soporta más y el sistema colapsa.

Luego, la tensión acumulada se descarga en el cuerpo generando los síntomas típicos que mencionamos al principio (taquicardia, sudoración, temblores, etc.). Es por esta razón que los pacientes no pueden reconducir su situación crítica a nada específico, dieciendo que la sensación surgió de repente, sin que haya nada significativo que lo desencadene. Vale decir, hay pocas palabras para poder verbalizar este proceso que sorprende al sujeto y lo subsume en la perplejidad.

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Por lo tanto, si nuestra hipótesis clínica consiste en considerar al ataque de pánico como el resultado de múltiples procesos de angustia que no han sido bien procesados por el psiquismo, el trabajo terapéutico consistirá en ir revisando fragmento a fragmento los diferentes escenarios en los cuales el sujeto no ha podido elaborar la angustia que esas situaciones demandaban. Es por ello que es un trabajo arduo de identificación de los diferentes malestares por los que transita el sujeto.

En este proceso, la persona comienza a abordar sus malestares y conflictos, a veces relacionados con algunas situaciones laborales, familiares, vinculares, amorosas, o bien frustraciones, deseos insatisfechos, conflictos existenciales. En fin, aquí, las posibilidades son infinitas porque dependen, siempre, de las singularidades de cada persona.

El camino será favorecer a que el sujeto pueda realizar un proceso de metabolización psíquica que permita elaborar procesos psíquicos que permanecen inconscientes, un largo trabajo en el cual el paciente pueda identificar sus emociones, ser consciente de las situaciones que le generan frustración, para que el el aparato anímico poco a poco vaya ensanchando su percepción consciente.

Es bastante habitual que escuchemos a nuestros pacientes señalar el anhelo de volver a sentirse como se sentían antes de los episodios críticos de angustia. Sin embargo, es necesario considerar que una vez que el sistema colapsa, no puede volverse al estado original, sino que se deberá iniciar un proceso de reconstrucción del modo en el cual se organiza el aparato anímico. Habrá que reelaborar nuestras inquietudes, nuestros anhelos, nuestros deseos, nuestras formas de amar, el tiempo que le dedicamos a nuestro ocio, entre otras.

Conclusiones

Tal vez sea una buena oportunidad para pensarse a sí mismo en todas las dimensiones en las que la persona transita. Preguntarnos por lo que deseamos de nuestra vida, si llevamos la vida que realmente queremos, preguntarnos por nuestra relación con el trabajo, con el tiempo, con nuestros modos de amar. Tal vez sean las preguntas y no tanto las respuestas lo mejor que podemos ofrecer a quienes acuden a nosotros con el peso de los dolores del alma.

Psicólogo

Quito

Alfonso Carmona es Licenciado en Psicología graduado de la Universidad Nacional de La Plata (República Argentina). Fue ayudante de docente en la cátedra de Teoría Psicoanalítica y docente en la cátedra de Corrientes Actuales en Psicología, y ha colaborado en diversos procesos de investigación. (UNLP).

Desde hace más de diez años se encuentra trabajando con exclusividad en el ámbito clínico desde una perspectiva psicoanalítica, atendiendo problemáticas relacionadas con la depresión, ansiedad, conflictos vinculares, trastornos obsesivos y compulsivos, fobias, entre otras. Asimismo, su trabajo se centra en problemáticas relacionadas a dinámicas de pareja y familiares.

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