Yaiza Cabrera: «Nuestro cerebro tiene capacidad de sanación de traumas»

La psicóloga Yaiza Cabrera habla acerca del funcionamiento del trauma.

Yaiza Cabrera: «Nuestro cerebro tiene capacidad de sanación de los traumas»

Si somos lo que somos, es gracias a que tenemos la capacidad de recordar. Los recuerdos son aquello que modela nuestra propia identidad y lo que nos permite distinguirnos como individuos, pero eso sí, en la mayoría de las ocasiones no trabajo bajo nuestras órdenes, sino que actúa de manera autónoma más allá de lo que queramos en cada momento.

Los traumas son un ejemplo de hasta qué punto la memoria condiciona nuestros comportamientos y nuestras emociones para lo bueno y para lo malo. Afortunadamente, esta clase de alteraciones psicológicas pueden ser tratadas en terapia, y por ello en esta ocasión entrevistamos a una experta en este ámbito, la psicóloga Yaiza Cabrera.

Entrevista a Yaiza Cabrera: así funcionan los traumas

Yaiza Cabrera es psicóloga experta en el tratamiento de los trastornos de ansiedad y los traumas, y trabaja con pacientes de todas las edades. En esta entrevista nos habla sobre las lógicas sobre las que funcionan y aparecen los traumas.

¿Qué es un trauma, y cómo se relaciona con el funcionamiento de la memoria?

Un trauma es un evento que amenaza el bienestar o la vida de una persona provocando consecuencias en el funcionamiento normal del sujeto.

Si la carga emocional es fuerte, la información es almacenada disfuncionalmente, de modo que no puede ser procesada como las situaciones normales, es decir, no acaba de quedar como una experiencia del pasado y por eso puede reactualizarse en forma de recuerdos e imágenes intrusivas cuando se trata de un trauma simple, o de pensamientos negativos que se disparan inconscientemente y dan lugar a reacciones y conductas inapropiadas en el trauma complejo.

Por ejemplo, cuando hablamos sobre el Trastorno por Estrés Postraumático (TEPT) encontramos que, según el actual Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5), uno de los criterios para saber si una persona sufre un TEPT es la incapacidad para recordar aspectos relevantes del suceso traumático.

Esto lo podemos definir como como amnesia disociativa, y aunque los recuerdos parecen no estar almacenados, estos pueden modificar el comportamiento de la persona sin ser consciente del motivo de ello.

Las personas que han sufrido una experiencia traumática pueden tener pesadillas, recuerdos intrusivos o flashback. Es decir, hay partes que puede haber olvidado por esa amnesia disociativa, comentada en líneas anteriores, pero también puede haber otros detalles o escenas que vuelven a la memoria de forma muy vívida. Estas reexperiencias son incontrolables e inevitables para la persona que las sufre.

Para entender mejor esto hay que diferenciar los recuerdos intrusivos de los flashback. Los primeros sí son recuerdos, mientras que los segundos no son recuerdos como tal, sino que son imágenes donde no hay temporalidad, es decir, la persona tiene la sensación de estar viéndolo todo de nuevo.

Esto surge ante la presencia de estímulos que nada tienen que ver con la situación traumática. Por ejemplo, una persona está implicada en un atraco en una gasolinera cuyo mostrador es de color amarillo. Tiempo después esta persona puede estar paseando por el parque y ver a alguien con una camisa amarilla y ser esto un estímulo que desencadena el flashback. Otro ejemplo son los militares que han acudido a conflictos y luego presentan dichos flashback antes los voladores de una fiesta.

Por ello, los flashback no son solo un recuerdo de una experiencia angustiosa sino que nos referimos a la sensación de volver a experimentar esa experiencia traumática y pensar que todo está ocurriendo de nuevo.

Otro efecto sobre la memoria es que exista una desorganización de ésta, fragmentación de los recuerdos u olvido total o parcial.

El tipo de memoria que más relación parece tener con el trauma es la memoria autobiográfica. Este tipo de memoria nos permite recordar los eventos de nuestra vida y de nuestro entorno. Gracias a ella podemos tener un discurso coherente de nuestra historia de vida.

No obstante, la memoria del trauma no es una historia coherente como sí lo son los recuerdos de la memoria autobiográfica. Pues bien, los estudios apuntan a que el problema puede darse en este sistema de memoria.

Por tanto, como se comentó con anterioridad, la memoria del trauma está fragmentada y parece incluso que esté separada de la historia de vida de la persona. Como estos recuerdos quedan fuera de su control, la persona los siente de forma invasora e intrusiva respecto a la memoria autobiográfica.

Como ya se ha comentado, son diferentes los procesos de memoria para eventos traumáticos que para eventos ordinarios. Algunas de estas diferencias son las siguientes.

En primer lugar, los recuerdos traumáticos tienen una recuperación más complicada, con partes almacenadas al margen de la consciencia y donde se dan los denominados flashback. Son evocados de forma automática e incontrolable por señales que actúan de disparadores (por ejemplo, la camisa amarilla que veía el chico del atraco en la gasolinera).

Por otro lado, en los recuerdos ordinarios (recuerdos que no son de experiencias traumáticas) la recuperación es fácil y tiene coherencia. Además su evocación es voluntaria y consciente. La persona los puede controlar (no como los flashback).

Cuanto más tiempo haya estado viviendo la experiencia, mayor probabilidad de recuperar ese recuerdo. Pero si ha pasado mucho tiempo será más difícil que lo pueda recuperar. Además, son muy maleables y pueden versionarse a medida que pasa el tiempo.

Por tanto, en general, podemos decir que una experiencia traumática con un fuerte componente de estrés puede influir en la manera de codificar, almacenar y recuperar la información.

¿Por qué se considera que la infancia es una etapa de la vida clave en la que los traumas nos pueden afectar especialmente?

Es importante tener en cuenta el desarrollo del cerebro del niño. Un niño aún no ha desarrollado su cerebro y el almacenamiento y recuperación de los sucesos no es igual que el de un adulto. Por ejemplo, ante un hecho doloroso, difícil de procesar y de entender el niño no almacena la información ni la organiza en la memoria de una manera coherente y ordenada, sino que lo hace por fragmentos.

El niño puede sufrir un proceso de disociación que haga que tenga dificultades para poder situarse a sí mismo y a los acontecimientos en el tiempo, así como para organizar la información almacenada y recuperarla.

Por ejemplo, un niño vive como espectador un episodio violento en el que su padre le pega a su madre y este niño sufre un proceso de disociación en el que su cerebro para protegerle se evade. Este proceso es algo protector para el menor pero pasa factura cuando son adultos protegiéndose de un peligro que ya no existe.

Como decíamos antes, un niño que ha sufrido traumas y presenta una disociación almacena la información de forma fragmentada, como si se grabara en su mente por un lado, una película de lo ocurrido, de los hechos, que sería la memoria declarativa, y por otro las sensaciones y emociones, que sería la memoria implícita.

Lo que ocurre es que la nueva información que tenga que procesar el niño se organiza y estructura comparando y organizándola en relación a la información previa en la memoria y cuando recupera la información si ésta está fragmentada se recupera así, de modo fragmentada.

Trauma

Además de esto, los niños sufren como consecuencia del trauma afecciones en cuanto a su nivel lingüístico y cognitivo. También ocurre que tanto la secuencia de la historia como la relación causa-efecto suele estar afectada y les es difícil identificar el modo en que una cosa lleva a la otra.

Por otro lado, los niños aprenden a regular sus emociones y por tanto a poder hacer frente a hechos dolorosos a través de sus figuras de apego que le proporcionan esa seguridad y confianza.

Necesitan esos vínculos para poder confiar y no percibir el mundo de manera hostil y peligrosa. Pues bien, si interrumpimos este proceso de regulación (por ejemplo; fallecimiento de los padres sin otras figuras de apego disponibles), o simplemente no hay interrupción sino que nunca estuvo esa figura de apego seguro, ¿qué pasará con el cerebro en desarrollo de este niño? Pues probablemente no se genere esa regulación emocional sana que lo lleve a ser un adulto seguro de sí mismo, sino que intentará gestionar sus emociones él solo, sin referente se seguridad, y el mundo se vuelva caótico, hostil y desconfiado, y este desarrollo no llegue a producirse.

Por ejemplo, un niño pequeño que se pasa su infancia en centros de menores y sobre todo, si por los motivos que sean, va cambiando de hogar, tendrá esa sensación de abandono, no va a generar esa regulación emocional sana que se señaló en líneas anteriores. Su cerebro se modifica tanto a nivel funcional como estructural. De hecho, muchos niños que han sufrido situaciones de abandono constantes durante su infancia presentan un hipocampo más reducido.

Estos niños al crecer tienen problemas para mantener relaciones de confianza porque tienen interiorizado este sentimiento de abandono.

Un niño que no haya vivido esto y su cerebro se desarrolle en un ambiente de seguridad evidentemente no está a salvo de que en el futuro le pasen hechos dolorosos como puede ser una ruptura de pareja, pero sí que su cerebro está mejor preparado para procesarlo sin dejarse llevar por creencias disfuncionales del tipo “nadie me quiere”, “no valgo lo suficiente para que alguien quiera estar conmigo”, etc., mientras que el otro niño, que no tuvo este desarrollo, lo vivirá de una forma más dolorosa porque se activan las creencias erróneas que aprendió en su infancia.

Los niños no nacen con su cerebro completamente desarrollado, hay aspectos que se van desarrollando a lo largo de su vida y los cuales dependen mucho del ambiente del menor y de la estimulación que reciba.

En definitiva, el cerebro del niño no está preparado para sufrir determinados eventos y lo peor es que se asentarán unas bases que va a generalizar a otros ámbitos en la etapa adulta.

¿Cuáles son los tipos de traumas que existen, y sus síntomas?

Podríamos decir que hay dos tipos de traumas. El trauma simple y el trauma complejo. El trauma simple es una situación puntual en la que la persona ve en riesgo su seguridad física o emocional como por ejemplo un accidente, un atraco, una catástrofe, un atentado, un diagnóstico grave, la muerte de alguien querido o incluso presenciar de cerca alguna de estas circunstancias (trauma vicario).

Aunque, a veces esto no es sino el disparador de un trauma complejo que arrastramos desde la infancia.

Por otro lado, el trauma complejo, es debido a un ambiente de crianza de negligencia y abandono por parte de las figuras cuidadoras más significativas de la persona. Incluso se puede dar aunque no exista negligencia, sino por una transmisión constante de mensajes negativos y/o despectivos que a priori puede parecer que no hagan daño pero que quedan grabadas a fuego en la memoria de ese niño influyendo en su manera de pensar, en su autoestima y las necesidades de apego y de relación que pueda tener de adulto.

Este tipo de trauma permanece almacenado en el aparato psíquico y en el sistema neurobiológico como un recuerdo implícito que puede experimentarse en sensaciones somáticas (por ejemplo, úlceras, colon irritable) y pensamientos y emociones negativas que se disparan inconscientemente y dan lugar a reacciones y conductas inapropiadas.

La gravedad de las secuelas de adultos dependerán de cuánto tiempo se haya mantenido esa situación negativa, de cómo de intensa ha sido la situación y a qué edad, entre otras variables, comenzó la negligencia.

Como psicóloga, ¿has visto casos en los que los síntomas del trauma han tardado mucho en aparecer desde que se produjo la experiencia traumática?

Sí, por ejemplo, recuerdo un caso donde la persona venía por un duelo. Trabajé con ella desde la técnica de EMDR y llegamos al fallecimiento de su madre. Esta falleció teniendo ella apenas unos 9 años. Fue en un accidente de coche donde también iba ella. El matiz está en que ella estuvo en coma y para cuando le pueden contar lo sucedido su madre ya está enterrada y ya había pasado todo el proceso del velatorio. Por tanto ella no puede despedirse, no puede hacer el proceso de duelo. En realidad la muerte, también inesperada, de su amigo (motivo por el que venía a consulta), actúa ahí de disparador de los síntomas del trauma y es en este momento cuando la persona vive esos síntomas.

Sobre todo puede ocurrir con los traumas que antes denominamos como simples. Si por ejemplo un día de niño fui al zoológico y me atacó un mono, puedo desarrollar una fobia y de ahí generalizar este miedo a todos los monos o incluso a todos los animales salvajes. Puede pasar que yo no vuelva más y por tanto no hayan síntomas y tenga una vida normal, pero un día, ya de adulto, decido llevar a mis hijos al zoológico y cuando veo un mono comienzo a revivir aquella experiencia traumática. Aquí estoy viviendo los síntomas de un trauma no resuelto.

No obstante, en realidad la mayoría de las veces los síntomas de un trauma se viven durante todo el proceso, aunque luego exista un hecho de dispare los síntomas gruesos por llamarlo de alguna manera.

Por ejemplo, una persona puede haber sufrido algún tipo de abuso sexual como tocamientos por parte de un adulto y ella no entender qué estaba pasando pero lo calla porque le dice que es juego secreto entre ellos. Hay síntomas que estarán en su día, que son debido a las creencias erróneas aprendidas ahí, como por ejemplo “es mejor callar” (persona sumisa, con baja autoestima, etc.) pero sin embargo cuando esta persona tiene su primera relación sexual es cuando los síntomas que antes denominamos como gruesos van a aparecer (ansiedad, miedo, rechazo, asco, etc.)

¿El hecho de haber desarrollado un trauma vuelve a las personas más vulnerables a la posibilidad de vivir más experiencias traumáticas? Por ejemplo, tendiendo a involucrarse en relaciones tóxicas de pareja.

Depende mucho de cada caso y de la ayuda que la persona haya tenido con ese trauma. Pero sí que es cierto que cuando una persona ha desarrollado un trauma digamos que no tiene las mismas herramientas para enfrentarse al mundo, y eso incluye muchos aspectos como la vida laboral y de pareja. Son más propensos a sufrir acoso laborar o a tener relaciones tóxicas desarrollando dependencia emocional.

Esto sucede sobre todo con el que tipo de trauma que definíamos al principio como trauma complejo. Por ejemplo, si hemos tenido carencias afectivas en la infancia podemos tender a buscar situaciones como las siguientes.

Por un lado, relaciones dependientes, donde nunca será suficiente el amor ni la atención de la otra persona. Nunca sentiremos que este amor nos complace y llena del todo porque así lo aprendí en mi infancia. No pude cubrir esa necesidad en su momento.

Es como si en cierta forma buscara corroborar mi idea de “no merezco amor” o “no merezco ser amado”, y por ello tienda a buscar personas que no se comprometan nunca y que finalmente terminen rompiendo la relación confirmando mi idea de no merecer ser amado, o repitiendo la historia de abandono emocional que he vivido siempre.

Por el otro, relaciones no recíprocas. Tenderé a tener un papel sumiso en la relación porque creo que la única manera de mantener a alguien a mi lado es complaciéndole en todo. Y por miedo a un nuevo abandono hago todo lo que el otro quiere.

Por tanto, estas personas están “armadas” con creencias muy disfuncionales que las hacen vulnerables a sufrir de nuevo hechos traumáticos. Por ejemplo, una persona que tiene muy interiorizada la creencia sobre sí mismo de “no es seguro expresar mis emociones” porque lo que vivió en su infancia fue que cada vez que se intentaba expresar recibía castigos, tenderá a callarse, a nunca decir que no, porque se siente más seguro así. Entonces, ¿quién tendrá más posibilidades de sufrir por ejemplo acoso laboral?

La persona que ya de por sí viene con esta creencia y se calla ante cualquier cosa que le pidan, aunque le parezca injusta, o aquella que cree que puede expresar libremente sus emociones y que no pasa nada por ello?

Evidentemente aquella que viene con esa creencia de que no es seguro expresar sus emociones es más vulnerable a sufrir acoso laboral, meterse en relaciones tóxicas, etc.

De hecho no es extraño escuchar a los pacientes decir que han tenido muy mala suerte con sus trabajos porque siempre ha habido muy mal ambiente y se han aprovechado de él.

Esto no es casualidad ni es la mala suerte, son las creencias disfuncionales de la persona, generadas por ese trauma, las que hacen que se comporte de una determinada manera como es haciendo todo lo que pidan en el trabajo, aunque eso signifique hacer horas extras que nadie me va a pagar. Claro está que tampoco es culpa del paciente pero sí que es cierto que es más propenso a ello porque está “desarmado” para enfrentarse a según qué situaciones o porque le han enseñado durante toda su vida las “herramientas erróneas para dichas situaciones”.

La buena noticia de todo esto es que igual que aprendió una serie de hábitos y creencias disfuncionales sobre sí mismo los puede desaprender y aprender otras más funcionales y adaptativas.

¿Qué se puede hacer desde la psicoterapia para ayudar a las personas con traumas?

Una técnica muy usada en estos casos es EMDR, cuyas siglas en inglés significan Eye Movement Desensitization and Reprocessing, en español, Desensibilización y Reprocesamiento por medio de Movimientos Oculares.

Este es un abordaje psicoterapeútico para tratar las dificultades emocionales causadas por experiencias difíciles en la vida, como puede ser el acoso laboral, fobias, ataques de pánico, muerte traumática y duelos o hechos traumáticos en la infancia, accidentes, desastres naturales, etc.

Consiste en el procesamiento de dichas experiencias a través de procedimientos que incluyen movimientos oculares u otras formas de estimulación bilateral, como pueden ser la auditiva o la táctil. Esto puede parecernos algo mágico pero realmente es ciencia, es neurológico, nuestro cerebro tiene esa capacidad de sanación de los traumas.

Esta estimulación facilita la conexión entre los dos hemisferios cerebrales logrando que se procese la información y disminuya la intensidad de la emoción.

Durante el proceso el paciente describe el incidente traumático. El psicólogo le ayudará a seleccionar los aspectos más importantes y que más lo angustian de dicho incidente. Mientras el paciente hace movimientos oculares (o cualquier otra estimulación bilateral) le vienen a la mente otras partes del recuerdo traumático u otros recuerdos.

El objetivo es que el paciente procese la información sobre el incidente traumático, haciéndolo más adaptativo, esto es: tener menos síntomas; cambiar los pensamientos negativos que tenía sobre sí mismo con respeto al incidente (por ejemplo, uno muy frecuente es “es mi culpa, soy culpable, debí de haber hecho algo para evitarlo); y poder funcionar mejor en la vida cotidiana.

Los resultados son buenos, sobre todo porque trabaja el pasado del paciente, es decir, vienes a consulta por un problema de acoso laboral por ejemplo, pero luego al procesar este hecho tu cerebro puede conectar con otros recuerdos más antiguos donde la sensación corporal, o la emoción o el pensamiento era el mismo que tienes ahora. Entonces funciona bien porque es como ir a la raíz del problema (evidentemente no siempre está en la infancia pero sí que sucede con frecuencia).

A veces nos centramos solo en el presente, en los síntomas que tiene la persona, pero no vamos más allá y esto es como poner parches, sí me funciona porque he aprendido técnicas para controlarlo, pero al seguir teniendo la raíz del problema, basta que ocurra otra situación estresante que me supere para que esos parches salten y los síntomas vuelvan de nuevo.

El transcurso del procesamiento depende mucho del paciente porque hay pacientes que se bloquean y tras el procesamiento nunca les viene nada, es decir, no tienen otras imágenes de ese incidente o de otros pasados, la emoción que sentían al principio no ha cambiado ni a mejor ni a peor (porque aquí habría que hacer un matiz, el hecho de que al paciente le vengan recuerdos o sensaciones negativas durante el procesamiento no significa que no funcione, todo lo contrario, ese cerebro está procesando la información).

Pues bien, estos pacientes no están procesando, están bloqueados pero normalmente es por alguna creencia negativa que tienen sobre sí mismos que les impide continuar. Por ejemplo, una muy frecuente es “no puedo expresar mis emociones”, con lo cual sienten miedo a la hora de decir qué les viene tras el procesamiento porque no se sienten seguros, no saben si hacen bien diciendo lo que sienten. Por eso en estos casos hay que identificar primero cuáles son esas creencias para conseguir ver de dónde vienen, y desbloquearlas, y así poder continuar el procesamiento sin el bloqueo.

Psicólogo | Fundador de Psicología y Mente

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Bertrand Regader (Barcelona, 1989) es Graduado en Psicología por la Universitat de Barcelona, con especialidad en Psicología Educativa. También cuenta con estudios de posgrado en Economía por la Facultad de Economía y Empresa de la Universitat de Barcelona.

Ha ejercido como psicólogo escolar y deportivo en distintas instituciones y como consultor de marketing digital para distintas empresas y start-ups, pero su verdadera vocación es la dirección de medios digitales y el desarrollo de proyectos empresariales vinculados a las nuevas tecnologías.

Ha sido Director Digital de las revistas Mente Sana y Tu Bebé en la editorial RBA, y como Coordinador Digital y SEO Manager en la versión digital de la revista Saber Vivir.

Es Fundador de Psicología y Mente, la mayor comunidad en el ámbito de la psicología y las neurociencias con más de 20 millones de lectores mensuales.

Es Director de I+D+I en Customer Experience en la cadena hotelera Iberostar, liderando un equipo de profesionales de la salud y del ocio con el objetivo de potenciar la experiencia de los clientes en más de 100 hoteles en Europa, Oriente Medio y América.

Autor de dos obras de divulgación científica:

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