Los 7 Dioses principales del Panteón Mesopotámico: ¿cuáles son?

Te presentamos algunas de las divinidades más importantes de la Antigua Mesopotamia.

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“Tierra entre dos ríos”. Esto es lo que significa Mesopotamia (de los vocablos griegos mesos, medio, y potamos, río). La denominación hace referencia, pues, a las civilizaciones que florecieron entre los cursos del Tigris y el Éufrates, en lo que ahora serían los países de Irán e Irak. Se trataba de una zona idónea para las tierras de cultivo, lo que hizo que allí proliferaran, hacia el 9.000 a.C., los primeros asentamientos agrícolas y, más tarde, hacia el VII milenio a.C., las primeras grandes ciudades.

Sin embargo, no debemos pensar que la población que se asentó en Mesopotamia fue una cultura homogénea y sólida. Más bien al contrario; en la zona “entre dos ríos” surgieron diversas civilizaciones que, eso sí, intercambiaron elementos culturales y, por supuesto, religiosos. En este artículo hablaremos del panteón mesopotámico y de sus 7 dioses más importantes. Acompáñanos a un viaje por la religión de la antigua Mesopotamia.

Los Dioses de Mesopotamia

Ya hemos comentado cómo en la zona surgieron varias civilizaciones con sus propias características culturales. Estas poblaciones, sin embargo, intercambiaron bienes e ideas; los dioses de cada panteón se asimilaron o cambiaron el nombre y, a menudo, lo que había sido un dios secundario en uno de estos pueblos se convertía en la principal divinidad de otro.

Los pueblos que se asentaron en las llanuras entre el Tigris y el Éufrates se pueden dividir, a grandes rasgos, en dos grandes grupos: los sumerios y los semitas. Los primeros estaban ubicados en el sur, donde levantaron formidables ciudades-estado como Ur, Uruk o Lagash, y su origen es desconocido. Por otro lado, los pueblos semíticos estaban formados por acadios, babilonios y asirios, entre otros, y cada uno de ellos experimentó su propio despegue cultural y político en determinadas épocas, que van desde el V al I milenio a.C., cuando la zona se anexionó al imperio persa aqueménida.

La principal tríada de dioses sumeria estaba formada por Anu o An, el dios del cielo (de hecho, an quiere decir cielo en la antigua lengua sumeria), Enki o Ea, el poderoso señor de las aguas y amigo de los seres humanos, y Enlil, un irascible dios que arrojaba vientos y tormentas a la humanidad. Por su parte, la conocida como “tríada semita” estaba compuesta por tres dioses de naturaleza celeste: Ishtar, la diosa-luna de la belleza, el sexo, el amor y la guerra, Sin, su padre, el dios de la luna, y, finalmente, Shamash, el espléndido dios-sol, regente asimismo de la justicia y las leyes. Pero acerquémonos con más calma al panteón mesopotámico y a sus dioses principales.

1. Anu o An, el señor del cielo

Se trata de un dios muy antiguo, originario de Sumer, y elevado al rango de rey de los dioses. Sin embargo, a pesar de su indiscutible poder, Anu vive retirado en el cielo junto a su esposa Ki o Antu, y apenas se interesa por los asuntos de los humanos. Las criaturas de la tierra necesitan que otros dioses ejerzan de transmisores para comunicar sus necesidades a Anu, como, por ejemplo, su hijo Enlil, el señor de las tormentas, el único que tiene permiso para acceder al dios.

Los dioses creadores que se retiran plácidamente a su dominio celestial son comunes en las mitologías de diversas culturas. Así, el equivalente griego de Anu sería Urano, mientras que en el panteón hindú encontramos a Brahma, señor de los dioses que, sin embargo, apenas participa en los mitos.

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2. Enki o Ea, el señor de las aguas

Se trata de una de las divinidades más queridas, que forma parte de la “tríada sumeria” junto a Anu y Enlil. Enki es una antigua divinidad que se relaciona con las aguas. Su reino es Apsu, un lugar situado en las profundidades de la tierra, donde discurren ríos de aguas primigenias, relacionadas con la creación del mundo. Así como las aguas dulces (Apsu) son el principio masculino, Tiamat, las aguas saladas, son el femenino; de la conjunción eterna de ambos surge y se alimenta el mundo.

Puede que la estima que los seres humanos sentían hacia Enki se debiera a su papel bienhechor de la humanidad. Porque Enki no sólo otorgó a las personas los medios para prosperar (las artes, los oficios, la escritura…), sino que también salva a la especie humana de la gran destrucción del mundo, acaecida en forma de diluvio.

La mitología sumeria cuenta el mito de la siguiente manera. Enlil, el furibundo señor de las tormentas, deseaba exterminar a los seres humanos porque su ruido le producía jaqueca. Lo intentó dos veces sin conseguirlo; a la tercera, proyectó un diluvio que acabaría para siempre con aquella “molesta” creación.

Enki, apiadado de aquellos hombres y mujeres, avisó a Atrahasis, un hombre bueno y piadoso, y le conminó a construir un enorme barco. Después, Atrahasis debía meterse en él junto a su familia, semillas de plantas y una pareja de animales de cada especie. Por supuesto, la historia fue más allá de Sumer y penetró en la mitología de los otros pueblos mesopotámicos, incluida la cultura hebrea, que recogió la historia de Atrahasis con el nombre de Noé.

3. Enlil, el señor de las tormentas

Este era el vengativo dios que deseaba destruir a la misma humanidad que había creado. Se trata de una importantísima divinidad sumeria que era adorada como señor del viento y de las tormentas y que, por tanto, era necesario mantener satisfecha; de lo contrario, Enlil podía desencadenar desastres naturales y destrozar ciudades y cosechas.

Los mitos relacionados con Enlil son inquietantes. Además de la historia del diluvio, conocemos otro mito que cuenta la violación que acometió contra Ninlil, la diosa del aire. Como castigo, Enlil es enviado al inframundo, pero Ninlil le sigue hasta allí, donde da a luz a Nannar (o Sin en acadio y babilonio), la luna, y a otras deidades de los infiernos, como el terrorífico Nergal (que, en otras versiones, es en origen un dios celeste).

4. Nannar o Sin, el dios-luna

Según el mito sumerio, esta divinidad es hija de Enlil y Ninlil y hermana de Nergal, el terrible señor de los muertos. Resulta curioso cómo en el panteón mesopotámico la divinidad lunar es de carácter masculino, puesto que, en general, las deidades lunares suelen estar relacionadas con lo femenino (recordemos a Ártemis en la mitología griega o a Freya en la escandinava).

Nannar es llamado, en la mitología sumeria, el “toro del cielo”. Se relaciona de esta manera al satélite con la forma de la cornamenta del toro, animal lunar en prácticamente todas las mitologías. De hecho, Nannar suele ser representado como un anciano tocado con cuernos y que monta en un majestuoso toro alado, símbolo de su poder.

En diversas versiones del mito, Ishtar, la hermosa diosa acadia y babilónica del amor y la guerra, es hija de Nannar, del que recoge el cetro lunar. Ishtar (o Inanna, en sumerio) se convierte, así, en la nueva diosa-luna del panteón y entra a formar parte de la “tríada semita” junto con su padre Nannar y su hermano Shamash, el sol.

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5. Innana o Ishtar, diosa del amor y de la guerra

Ishtar (en su nombre babilónico, acadio y asirio) es quizá la deidad más conocida del panteón mesopotámico. De ella derivan otras divinidades, como la Astarté fenicia o la Afrodita griega, por lo que debemos creer que su culto perduró durante milenios y fue adquiriendo diversas características, a la vez que abandonaba otras.

Conocida en Sumer como Inanna (aparece en sus textos desde el IV milenio a.C.), es uno de los personajes divinos que más mitos tiene dedicados. Se la conoce principalmente por los poemas de Enheduanna (III milenio a.C.), sacerdotisa e hija del gran rey Sargón. A través de ella, Inanna se asimila a la divinidad semita Ishtar y se convierte en una de las diosas más veneradas del panteón mesopotámico.

Inanna-Ishtar es descrita como una criatura voluntariosa e independiente, que a menudo hace uso de sus habilidades de seducción para obtener lo que quiere (tal y como vemos en el colosal Poema de Gilgamesh). Además de ser la diosa del amor y del sexo, protectora por tanto de la fertilidad y los nacimientos, Inanna-Ishtar es también una diosa guerrera, de naturaleza muy diferente a Ninhursag, la antigua diosa madre sumeria. Su animal-símbolo es el león, tal y como se puede ver en la magnífica Puerta de Ishtar, decorada con ladrillos vidriados que ostentan figuras de leones.

Como diosa de la fertilidad, Inanna-Ishtar es la encargada de velar por el ciclo de reproducción junto a su esposo Dumuzi, el pastor. Existen varios poemas dedicados al descenso de Inanna al inframundo, o Tierra sin retorno, como la llamaban los sumerios, para rescatar a su esposo fallecido. Así, en un claro paralelismo con el mito griego de Perséfone, Dumuzi emerge de los infiernos en primavera para aparearse con su esposa y garantizar, de este modo, la fertilidad del mundo.

6. Utu o Shamash, el dios-sol

Para los sumerios era Utu; para los pueblos semitas de Mesopotamia, Shamash. Era uno de los hijos de Nannar, el dios lunar, y hermano gemelo de Inanna, que recoge el cetro lunar de manos de su padre. Aquí podemos ver, claramente, otro paralelismo: Apolo y Ártemis, hermanos gemelos que también personifican al sol y a la luna.

La esposa de Utu-Shamash es Sherida (Aya para acadios y babilonios), una diosa joven que se relaciona con la aurora y que a veces es llamada La Novia. Además de divinidad solar, Utu-Shamash es el señor de la justicia, el que juzga y otorga las leyes a los humanos. No en vano, y según el mito, es él quien entrega el famoso código de Hammurabi, la primera recopilación de leyes, al monarca babilonio.

Utu-Shamash es representado a menudo con una maza o una daga; en el proto-zodíaco mesopotámico, se le representa como una balanza, en alusión a su misión justiciera (un claro antecedente del signo de Libra). Por otro lado, los escorpiones que a veces le acompañan lo relacionan con la oscuridad y el inframundo; no en vano Nergal, el dios de los muertos, es nombrado a veces en las tablillas como el “lado perverso” de Utu.

7. Ereshkigal, la señora del inframundo

Señora del Gran Lugar, ese es el significado en sumerio del nombre de la diosa. Un “gran lugar” que nunca tiene fin y que siempre se amplía, puesto que los muertos crecen en cada generación y, con ellos, su lugar de descanso eterno. No en vano, uno de los mitos cuenta cómo Ereshkigal amenaza a los dioses celestiales con abrir las puertas de su reino y que los millones y millones de muertos se apoderen de la tierra.

Sin embargo, antes de ser diosa del inframundo, Ereshkigal era una diosa del cielo; según algunas fuentes, hermana mayor de la hermosa Inanna. Cuenta el mito que un dragón de los infiernos la raptó y la encerró allí. Desde entonces, la joven diosa tiene la triste obligación de gobernar sobre las sombras.

Su compañero en esta ardua tarea es Nergal, que comparte con ella el trono del Irkalla, la Tierra del no retorno. Una de las leyendas al respecto nos dice que Ereshkigal envió a un dios menor para que la representara en un banquete con los dioses, pues el cielo y el sombrío Irkalla no podían mezclarse. Sin embargo, Nergal, uno de los dioses celestes, ofendió al enviado, por lo que tuvo que viajar al inframundo a rendir cuentas con Ereshkigal.

Los demás dioses le advirtieron de las tretas de la diosa: debía abstenerse de sentarse y de comer en el Irkalla y, sobre todo, debía permanecer inmune a los encantos de la hermosa reina de los muertos. Como se puede suponer, Nergal no resultó airoso. En cuanto contempló el cuerpo desnudo de Ereshkigal mientras esta se bañaba, cedió a la tentación y al amor. Desde entonces, ambos gobiernan el reino de las sombras, para toda la eternidad.

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  • DE LA PRADA, J.M (1997), Mitos y leyendas de Mesopotamia, MRA
  • MARK, JOSHUA J., El panteón mesopotámico, artículo publicado en World History Enclyclopedia, febrero de 2011
  • PÉREZ GARCÍA, J. M (2011), Literatura sumeria. Antología de textos épicos y líricos, Eunóe

Periodista

Licenciada en Humanidades y Periodismo por la Universitat Internacional de Catalunya y estudiante de especialización en Cultura e Historia Medieval. Autora de numerosos relatos cortos, artículos sobre historia y arte y de una novela histórica.

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