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Amedeo Modigliani: biografía de este pintor 'maldito' italiano

Te contamos la vida del artista “maldito” que revolucionó la bohemia parisina.

Amedeo Modigliani

Le llamaban Modì que, además de ser una abreviación de su apellido, Modigliani, es la pronunciación francesa para la palabra maudit, “maldito”. Y es que el pintor italiano Amedeo Modigliani vivió rápidamente, con prisas, y desgastó su existencia en un derroche absoluto de alcohol, drogas y amor. Usualmente calmado e incluso tímido, cuando bebía podía llegar a ser terrible, y sus sucesivas parejas pagaron las consecuencias de sus broncas. Una lo abandonó, hastiada de sus gritos; la otra aguantó estoicamente y acabó suicidándose tras la muerte del pintor.

Si os habéis quedado con la boca abierta, no es para menos. Modigliani es uno de los enfants terribles de la bohemia parisina de principios del siglo XX, que no se quedaba para nada a la zaga de los otros elementos artísticos de la época. Todos ellos formaron parte de la llamada Escuela de París, un “cajón de sastre” absolutamente heterogéneo en el que se incluyeron artistas de diversos estilos y procedencias. Modigliani era uno de ellos.

Breve biografía de Amedeo Modigliani, el artista “maldito”

Amedeo había nacido un caluroso julio de 1884 en Livorno, una ciudad costera italiana, en el seno de una familia más o menos acomodada de judíos italianos. A pesar de sentirse muy unido a Francia, su país de acogida, Modigliani siempre se sintió vinculado a su patria de origen, su cara Italia, a la que dicen que invocó segundos antes de morir, en el miserable lecho de un pobre hospital.

Entre la realidad y la leyenda

De Modigliani se han dicho muchas cosas, y no todas ellas son ciertas. Es el precio a pagar para pasar a la historia como uno de los pintores bohemios del París de la Belle Époque. Sí, la leyenda le sigue los pasos a este hombre que, a pesar de que realmente sufrió excesos con la bebida y las drogas y fue siempre más pobre que las ratas, todos sus allegados coinciden en afirmar que era generoso y que, sobre todo, amaba la belleza por encima de todas las cosas. En especial, la poesía de Dante Alighieri (1265-1321), cuya Divina Comedia recitaba de memoria, subyugada su especial sensibilidad por los versos del inmortal florentino.

La película que de él se hizo en 2004, titulada precisamente Modigliani y protagonizada por un excelente Andy García, presenta a un Amedeo dicharachero y bromista, siempre dispuesto a dar rienda suelta a su “típico” humor italiano. En realidad, y según el testimonio que de él dejó su amigo íntimo André Salmón (1881-1969), el artista era de pocas palabras y un tanto tímido. Excepto, claro está, cuando bebía, que no era en raras ocasiones. Esta afición al vino (y, además, al vino barato de los locales bohemios de la ciudad) así como al hachís (el “tiovivo del diablo”, llamaban a esta droga entonces), iba a darle a Modigliani esa aura de “maldito” que lo situaba en el mismo pedestal que Verlaine y Baudelaire.

Los primeros años de un artista

La comunidad artística de Montmartre veía a Modigliani como una especie de aristócrata venido a menos. Y es que, a pesar de su situación, casi siempre paupérrima, Amedeo siempre vistió elegantemente y conservó un porte distinguido que le hacía sobresalir por encima de todos los demás.

No es que la familia de Amedeo fuera adinerada. Quizá espoleada por el mismo pintor, en París empezó a correr la historia de que los Modigliani eran banqueros, pero nada más lejos de la verdad. Su padre, Flaminio Modigliani, tenía un modesto negocio en Livorno, que se vino abajo tras el nacimiento de Amedeo, el más pequeño de cuatro hermanos. El padre decidió probar suerte en la minería, en Cerdeña, mientras que Eugenie, la madre, de origen francés, se veía obligada a tirar adelante a la familia.

A los catorce años, el joven Dedo (así lo llamaban en familia) empieza sus primeros estudios artísticos con Guglielmo Micheli (1866-1926), un pintor de Livorno muy influenciado por la estética de los macchiaioli de Florencia, llamados así por pintar con “manchas”, al contrario de la Academia oficial. Sin embargo, el periodo de mayor formación artística juvenil de Amedeo fueron sus años de estudiante en Florencia y Venecia. Por aquellos años, el artista ya había contraído la tuberculosis que arrastraría toda su vida y que lo llevaría a la muerte.

París, siempre París

En 1906, Amedeo Modigliani abandona su cara Italia y viaja a París. ¿Cómo iba a ser de otra manera? La ciudad era el epicentro del arte de la época, el lugar a donde dirigía sus miras cualquier aspirante a artista. Picasso se había instalado en 1900 y, cuando Modigliani hace acto de presencia en la urbe, el malagueño estaba a punto de presentar su revolucionario cuadro Las señoritas de Aviñón, la obra con la que tradicionalmente se relaciona el despegue del cubismo.

Pero, además de Picasso (al que Modigliani no frecuentó demasiado, si creemos el testimonio de André Salmon) en la Ciudad de la Luz pululan otros artistas como el fauvista André Derain (1880-1954), el japonés Tsuguharu Foujita (1886-1968) o Chaïm Soutine (1894-1943), un pintor judío de origen bielorruso con el que Amedeo forjó una amistad en la que no solo había tiempo de tomar vinos y charlar, sino también de entrar de noche a los mataderos para llevarse piezas enteras de bóvidos que debían servir de modelo a los extraños cuadros expresionistas de Soutine.

A pesar de estar rodeado de arte y de artistas, la obra de Modigliani se hará esperar. La mayor parte de su producción se dará prácticamente en los últimos cinco años de su vida, en los que, tras encontrar la inspiración y el camino, pinta sin cesar. Son los años en que ejecuta sus famosos retratos, de característicos cuellos largos y diminutos e inexpresivos ojos; más que personas, los retratos de Modigliani son máscaras, hermosas máscaras tribales que, por cierto, tuvo la ocasión de contemplar en París, en el Musée de l’Homme. Para Modigliani, así como para todos los artistas de principios de siglo XX, el primitivismo representaba la bella fascinación por los mundos perdidos, un retorno a las formas puras. En suma, un auténtico escape de la realidad.

Alcohol, droga, mujeres

También probablemente para escapar de esa realidad (donde apenas hay para comer y donde las gélidas noches de París se calan hasta los huesos) los habitantes de los barrios bajos de París consumen enormes cantidades de hachís y alcohol. En aquellos años era fácil hacerse con una cajita de droga, y los artistas de Montmartre sabían dónde tenían que dirigirse. El hachís, conocido como el tiovivo del diablo, tenía fama de “abrir las puertas” y conducir al consumidor a extraordinarios viajes, que hacían olvidar el hambre y la soledad.

En 1909, Modigliani se había asentado definitivamente en París y había alquilado un modesto estudio en Montparnasse, barrio que había sustituido a Montmartre como epicentro de la bohemia parisina. Y, a pesar de que la elegancia aristocrática del artista se respira por toda la estancia, Modigliani apenas tiene nada que llevarse a la boca, y pasa los días entre el vino, las drogas y el sexo. Un estilo de vida desenfrenado que minará su ya de por sí delicada salud (recordemos que arrastra una tuberculosis desde la adolescencia) y que, a la postre, terminará con su muerte prematura.

Son muchas las mujeres que se dejan caer entre los brazos del “maldito”: modelos y prostitutas, pero también señoras “de bien”, como la que fue su primera pareja estable, la inglesa Beatrice Hastings (1879-1943). Beatrice, que escondía tras un seudónimo su verdadero nombre, Emily Alice Haigh, era una mujer muy culta y refinada que se había criado en Londres y en Sudáfrica y que había publicado algunos libros. Mantuvo un estrecho contacto con la vida intelectual parisina de la época, y fue a través de ella que conoció a Amedeo.

Su relación fue tormentosa, como no podía ser de otra manera. El italiano tenía demasiados ataques de cólera y Beatrice no estaba dispuesta a soportarlo. Así que, un día, se fue por donde había venido. Sin embargo, Modigliani no se quedaba solo. Entregado al arte día y noche, su producción comenzó a ser febril. Ya nada iba a detenerlo.

La gran obra de Modigliani y un último amor

Parecía que Modigliani había encontrado por fin su camino artístico. En 1909, coincidiendo con su traslado a Montparnasse, había intentado ser escultor, inspirado por las magníficas obras africanas que había contemplado en el Musée de l’Homme. Una buena prueba de ello es su Cabeza de Mujer, realizada en 1911 y que muestra un rostro estilizado y geométrico. Amedeo seguiría intentando abrirse camino como escultor hasta 1914, año en que dejó la actividad, pues el polvo del material era muy perjudicial para sus pulmones enfermos y, además, el material era demasiado caro.

De la escultura africana y camboyana sacaría Modigliani la inspiración para sus cuadros, que remiten inevitablemente a ídolos de culturas primitivas. El estilo de sus retratos es sumamente característico, tanto, que no hace falta ver la obra firmada para saber que se trata de un Modigliani. El Retrato de Lunia Czechowska (1919), con su larguísimo cuello de cisne, o el Retrato de Beatrice Hastings (1915), cuyo rostro recuerda a una máscara africana, son perfectos ejemplos de su inconfundible estilo.

Sin embargo, la gran musa y el gran amor de Amedeo fue Jeanne Hébuterne (1898-1920), una joven procedente de una familia católica acomodada que estudiaba pintura en la Académie Colarossi de París. Parece ser que Amedeo la vio por primera vez en las aulas, pero no se atrevió a dirigirle la palabra hasta mucho más tarde, cuando la encontró sentada tímidamente en una de las mesas del café La Rotonde. Existen varias versiones sobre cómo se conocieron y empezaron a intimar los dos jóvenes, pero lo cierto es que, poco después del encuentro, Jeanne y Modì ya vivían juntos en un modesto estudio de Montparnasse. Jeanne aparece en muchas de sus pinturas, con sus pequeños y dulces ojos azules y su larga melena rojiza cayéndole por los hombros. El romance es tormentoso, como cabría esperar, pero los allegados de la pareja aseguran que Modigliani bebe menos y que se muestra mucho más sereno y feliz. ¿Habría encontrado por fin el “maldito” la paz y la estabilidad que tanto necesitaba?

En 1920, la tuberculosis de Modigliani se agrava, y el artista entra en un estado de semiinconsciencia. Algunos meses antes, espoleados por el marchante de arte Léopold Zborowski (que se convierte en su valedor), Jeanne y Amedeo habían viajado a la Costa Azul, donde la muchacha había dado a luz a una niña. La pareja esperaba que el clima templado del Mediterráneo calmara la enfermedad de Modì, pero ya nada podía hacerse. En enero de 1920, Amedeo Modigliani fallece en un hospital de París, a los treinta y cinco años, justo cuando empezaba a tocar la fama con la punta de los dedos.

La tragedia no se detuvo aquí. Un día más tarde del fallecimiento del italiano, Jeanne Hébuterne, embarazada de casi nueve meses, se suicidó arrojándose al vacío desde la ventana de su habitación.

  • Modigliani, A. (2020), Cartas, ed. Elba.
  • Modigliani, J. (2020), Modigliani: el hombre y el mito, Forgotten Books.
  • Salmon, A. (2017), La apasionada vida de Modigliani, ed. Acantilado.

Periodista

Licenciada en Humanidades y Periodismo por la Universitat Internacional de Catalunya y estudiante de especialización en Cultura e Historia Medieval. Autora de numerosos relatos cortos, artículos sobre historia y arte y de una novela histórica.

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