¿Qué ocurre si tomas ansiolíticos y alcohol?

Mezclar fármacos y alcohol siempre es una mala idea, y este caso no es una excepción.

Ansiolíticos y alcohol

Cada día son más las personas que toman ansiolíticos. El consumo de fármacos para los trastornos de ansiedad ha ido creciendo, motivado por la creencia de que los ansiolíticos son la solución rápida y efectiva para estos problemas.

Pero el consumo de otra sustancia, el alcohol, ya lleva tiempo estando bien presente en nuestra sociedad. Esté su consumo vinculado a un trastorno psicológico o no, lo cierto es que esta sustancia forma parte de la vida social, algo irrenunciable para muchos.

Así pues, teniendo en cuenta que ambas sustancias son muy consumidas en la actualidad, muchas personas se preguntan qué pasa si tomas ansiolíticos y alcohol, cuál es su peligrosidad y qué problemas pueden generar. A continuación resolveremos estas dudas.

¿Qué pasa si tomas ansiolíticos y alcohol?

Consumir alcohol y ansiolíticos a la vez implica muchos riesgos. Independientemente de cuál sea el motivo por el que se han prescrito los ansiolíticos, es muy importante entender que la mayoría de ellos resultan ser una muy mala combinación con el alcohol. De hecho, el consumo de alcohol es la principal contraindicación en la mayoría de los fármacos, tanto los que se prescriben para psicopatología como para condiciones médicas. Las bebidas pueden agravar los síntomas del trastorno de ansiedad y provocar problemas médicos.

En todo fármaco, y en concreto los ansiolíticos, en su prescripción se indican sus principales contraindicaciones, además de cuál es su efecto terapéutico, efectos secundarios e indicaciones. Si bien cada fármaco tiene en su prescripción una muy detallada explicación de por qué no se deben tomar con alcohol, básicamente la mayoría de ellos coinciden en los siguientes motivos.

1. Más accidentes

Beber alcohol cuando se está bajo tratamiento de ansiolíticos puede aumentar el riesgo de sufrir accidentes, tanto domésticos como de tráfico. La combinación de ambas sustancias puede hacer que la persona sufra caídas, se dé cortes o golpes de forma accidental y manifestar lesiones que desconoce cómo se ha producido.

Este efecto es bastante distintivo de las benzodiacepinas, que son el principal grupo de tranquilizantes e hipnóticos más consumidos. Estos fármacos tomados con alcohol pueden deteriorar la coordinación, especialmente en personas de edad avanzada, motivo por el cual se darían más accidentes.

También provocar un deterioro en la respiración durante el sueño y afectar en capacidades cognoscitivas, como la concentración, la memoria y el aprendizaje.

2. Alteración del comportamiento

Los ansiolíticos se prescriben para personas quienes sufren un trastorno emocional, el cual ya de por sí puede generarle problemas de conducta. Es muy mala idea que personas diagnosticadas con estos trastornos tomen alcohol, dado que puede agravar todavía más sus problemas de conducta.

La prescripción de ansiolíticos se centra en disminuir los síntomas causados por el trastorno de ansiedad. Sin embargo, tomar solamente el fármaco sin acudir a un psicólogo, quien enseñará al paciente estrategias para controlar su ansiedad y saber hacer frente a sus problemas, no es una buena opción.

En la terapia del psicólogo, el paciente aprenderá a modificar los comportamientos que pueden haberle llevado a encontrarse en ese estado, como el tener discusiones acaloradas con su familia y preocuparse en exceso por los estudios o el empleo.

El consumo de alcohol, lejos de ayudar en la resolución de estos conflictos, los empeora. Es posible que, en habiendo bebido alcohol y tomando ansiolíticos, se esté más ansioso todavía, teniendo más discusiones con la familia o siendo incapaz de controlar los estudios y el trabajo, generando todavía más ansiedad y entrando en un círculo vicioso.

3. Potenciación de sus efectos

Cuando se toma alcohol junto con ansiolíticos el efecto generado es mayor que la suma de estas sustancias. Es decir, combinados, el efecto del alcohol y de los ansiolíticos se potencia.

Para entenderlo, si nos tomamos una cerveza y también nos tomamos un diazepam, los efectos de estas sustancias serán equivalentes a haberse tomado dos de cada. Esta mayor potenciación de efectos es el primer paso en el camino hacia un peligro potencial: la intoxicación por sobredosis. haciendo que combinar una cerveza con un diazepam es como tomar dos de cada.

4. Efecto rebote

Queda claro que el consumo de ansiolíticos tiene como objetivo principal la reducción de la ansiedad, además de estar prescritos para dormir mejor. El alcohol, sin combinarlo con otras sustancias, también se suele consumir con esa finalidad, esto es, reducir la angustia y la preocupación, aunque no es la mejor opción para ello.

Igualmente, en base a esto, no son pocas las personas que piensan que el sedante del alcohol es terapéutico, con lo cual creen que tomar una copa por la noche antes de dormir es una buena forma de inducir al sueño.

El problema de esto, si ya se están tomando ansiolíticos, es que realmente no se induce a un sueño mejor, más bien lo contrario: se produce un efecto rebote. Alcohol y ansiolíticos juntos hacen que pasadas las horas vengan el nerviosismo y la angustia y, aunque consiga conciliar el sueño, éste será de peor calidad.

Si tomo ansiolíticos, ¿debo despedirme del alcohol?

Como ya hemos dicho, el alcohol está contraindicado si se toman ansiolíticos. No obstante, esto no quiere decir que si se está bajo tratamiento farmacológico se deba evitar por completo tomar bebidas alcohólicas. Son varios los factores que hacen que, con moderación y en bajas cantidades, se pueda tomar alcohol incluso.

En primer lugar, debe entenderse que el consumo de ansiolíticos no sirve para curar el trastorno de ansiedad ni los problemas de sueño, sino que reducen la intensidad de sus síntomas. Estos problemas son trastornos psicológicos, con una causa sobre la cual se debe trabajar y, en la consulta del psicólogo, se deberán aprender estrategias para hacer frente a los eventos que generan ansiedad. Dado que estos fármacos pueden incluso esconder los síntomas del trastorno, conviene no dejar la recuperación solo en manos de los fármacos.

Estando en la consulta del psiquiatra éste nos dará información sobre el fármaco prescrito, cómo se debe tomar, en qué cantidad y en qué frecuencia. Estando ahí, se le puede preguntar sobre aquello que se puede y no se puede tomar mientras dure el tratamiento, incluyendo sustancias como el alcohol y el tabaco. Es de esperar que el psiquiatra no recomiende tomar sustancias adictivas, sin embargo, sí que nos debería indicar las diferencias de los ansiolíticos con respecto su interacción con el alcohol.

Como ya íbamos diciendo, el alcohol es un elemento socializador muy importante en nuestra cultura. Tenemos muy asentada la costumbre de salir con los amigos y tomarnos una cerveza.

Durante el tratamiento de un trastorno de la ansiedad o del estado anímico, socializar con familiares y amigos es un aspecto fundamental para conseguir la recuperación. Es por esto que desterrar por completo el alcohol de nuestras vidas puede tener más contras que pros, corriendo el riesgo de aislarnos por evitar salir en situaciones en donde el alcohol es indispensable y, así, empeorar el trastorno de ansiedad.

Si bien el alcohol no deja de ser una droga, siendo su consumo un factor de riesgo para padecer una adicción y problemas médicos, tomarlo en bajas cantidades no es un problema. La moderación y lo que haya especificado el psiquiatra son aspectos fundamentales cuando se está bajo tratamiento psicofarmacológico, además de ser responsable y evitar consumir alcohol inmediatamente después o antes de tomar el ansiolítico.

Sin embargo, toda precaución es poca. Como ya hemos comentado, combinar alcohol con ansiolíticos potencia el efecto de los dos, corriendo el riesgo de que se provoque una intoxicación por sobredosis. También se puede abusar del alcohol de forma progresiva, haciendo que lo que al principio era un consumo social se transforme en una adicción, y eso es lo último que querría una persona con un trastorno de ansiedad.

Referencias bibliográficas:

  • Gómez-Jarabo, G. (1999). Farmacología de la conducta. Manual básico para psicoterapeutas y clínicos. Madrid: Síntesis psicología.
  • Morón, F.G.; Borroto,R.; Calvo, D.M.; Cires, M.; Cruz, M.A. y Fernández, A. (2009). Farmacología clínica. La Habana: Editorial Ciencias Médicas; 1-30.
  • Stevens, J.C. & Pollack, M.H. (2005). Benzodiazepines in clinical practice: consideration of their long-term use and alternative agents. J Clin Psychiatry; 66 (Suppl 2):21-7.

Graduado en Psicología con mención en Psicología Clínica por la Universidad de Barcelona. Postgrado de Actualización de Psicopatología Clínica en la UB.

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