Redes románticas

​Reseña de “Intimidades congeladas. Las emociones en el capitalismo” de Eva Illouz (3/3).

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Redes románticas empieza por conjeturar, a través del ejemplo de la película Tienes un e-mail (1998), que los romances cibernéticos, al desprenderse de “las limitaciones de las interacciones corporales (…), permitirían una expresión más completa del yo auténtico”.

Pero si tal fuese el caso de que internet anulase el cuerpo, cabría preguntarse qué posibilidad hay de experimentar por la vía tecnológica unas emociones (románticas o no) que son indisociables del cuerpo. Sobre esta cuestión es que versa la tercera de las conferencias que componen Intimidades congeladas.

Redes románticas y sitios web de citas

Partiendo del incremento constante de usuarios de los sitios web de citas entendemos lo económicamente rentable que resultan estos contenidos online de pago. Pero ¿cuál es la forma en la que se opera en estas web?

Las webs de citas solicitan a los usuarios que creen un perfil por medio de un cuestionario que pretende revelar la personalidad de cada cual a fin de facilitar compatibilidades. “Así, a los efectos de conocer a otro virtual, se le exige al yo que pase por un vasto proceso de auto-observación reflexiva, introspección, autoclasificación y articulación de gustos y opiniones”. Por consiguiente, la participación en las webs de compatibilidad interpersonal implica al menos tres presupuestos psicológicos:

  1. La construcción del yo a partir de una sumatoria de categorías referidas al gusto, la opinión, la personalidad y el temperamento.
  2. La conversión del yo privado en una representación pública.
  3. La textualización de la subjetividad por medio de externalizar y objetivar el yo a partir de soportes de representación y lenguaje.

A su vez, las consecuencias que se derivan del tránsito por los dispositivos cibernéticos de compatibilidad emocional son:

  1. El conocimiento de uno mismo como precede una conciencia del otro.
  2. El conocimiento de la personalidad del otro precede la atracción física que sobre él se tiene.
  3. El encuentro entre personas se realiza a partir del paradigma liberal de la “elección”.
  4. Cada persona se encuentra en competencia con otras en el mercado abierto que supone la web de citas.

Descorporeización cibernética

La autora sostiene que el cuerpo, ausente en la lógica racional de las relaciones cibernéticas, es el mayor depositario del atractivo sexual que posee una persona, pues del tono de voz o de sus gestos procederá una transmisión de atracción incapaz de ser reconocida por medio de los procedimientos racionales que operan a través de la web en el intercambio de información textual descorporeizada.

Por otra parte, al expresar de manera incompleta la realidad de la persona amada, el cuerpo permite que en torno a ella se despliegue inconscientemente la idealización de la persona que ama. Por lo que difícilmente podemos amar en ausencia de un contexto existencial que nos involucre con el ser amado.

A ello se debe que internet aumente la brecha entre expectativas y experiencia, pues el amor romántico se moviliza cuando la persona que ama, al no disponer de toda la información de la persona amada, sino principalmente de aquella información que ofrece su cuerpo (“conocimiento contextual y práctico”), idealiza a ésta última por medio de la imaginación.

Por el contrario, puesto que las webs de citas cuentan con un fichero de las características de los usuarios, ya deja de haber aquello ausente que la imaginación se encarga románticamente de hacer presente.

La gestión uniformadora de la abundancia

Asimismo, la descorporeización que exige internet es compensada por medio de, por un lado, una imagen congelada a través del soporte fotográfico que muestra nuestra belleza “en un mercado competitivo de fotografías similares”, y, por otra parte, una serie de convencionalismos lingüísticos que facilitan la mediación entre las personas que interactúan cibernéticamente.

Con respecto a este segundo punto cabe decir que, debido a la gran cantidad de contactos diversos, la interacción es vehicularizada por medio de rituales estandarizados (presentaciones, preguntas, chistes, temas de conversación, etc.) y reproducidos “una y otra vez en el transcurso de sus encuentros vía internet”.

Así es como los elementos lingüísticos que median entre los contactos se estandarizan en un repertorio limitado. De este modo es que la autorrepresentación de singularidad que permite crear un perfil a medida de uno mismo, paradójicamente, queda suspendida por la uniformidad que exige hacer uso de atributos que, por un lado, se estiman convencionalmente positivos, y que, por otro lado, facilitan la gestión de numerosas interacciones distintas.

La gestión economizadora de la abundancia

Los sitios web de citas usan categorías psicológicas para maximizar y sofisticar dentro de la lógica del consumismo los encuentros entre usuarios, pese a que el romanticismo se desvanece en el cálculo, y todo lo que tiene el amor de inesperado e inefable se convierte en el producto de una elección racional como consecuencia de un conocimiento acumulado sobre los atributos del otro.

Es en este sentido que Illouz afirma que “el espíritu que preside Internet es el de la economía de la abundancia, en que el yo debe elegir y maximizar sus opciones y se ve obligado a usar técnicas de costo-beneficio y eficiencia”. Consiguientemente, la interacción pierde su aura sorpresiva y, con ello, su encanto y su magia. Así es como “internet literalmente estructura la búsqueda de pareja como un mercado o (…) como una transacción económica: transforma el yo en un producto envasado que compite con otros en un mercado abierto regulado por la ley de la oferta y la demanda”.

Parece como si la racionalidad que opera en las tecnologías psicológicas de las emociones dividiesen al yo entre una esfera pública en la que se mercantilizan las representaciones de uno mismo y una esfera privada aprisionada por fantasías sometidas a los requerimientos de un mercado sin calor corporal.

Referencias bibliográficas:

Illouz, Eva. (2007). Intimidades Congeladas. Las emociones en el capitalismo. Katz Editores (p.161-237).

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