La construcción social de la identidad

Un análisis sobre la forma en que construimos nuestra identidad gracias a la familia y la sociedad.

Pexels
Después de una noche interminable, por fin se hace de día. Marc abre sus ojitos y de un salto, se pone de pie en la cama. Comienza a correr ilusionado al salón, con los ojos bien abiertos, pensando que este año Santa Claus iba a traerle muchos regalos y golosinas, pues había hecho todos y todos los deberes. Sin embargo, al llegar se sorprendió al ver carbón junto a una carta: “el próximo año ayuda a papá y mamá”.

¿Mío o tuyo?

Uno de los peores momentos de la infancia es la decepción vivida por Marc. No obstante, ese sentimiento no surge de haber recibido carbón. El malestar viene dado porque a Marc, que creía que se había portado bien, le están haciendo saber que, a ojos de otros, se ha portado mal. Entonces, ¿Marc es un buen o un mal niño? ¿Tienen razón sus propios ojos o los ajenos?

La dualidad de la identidad

Esta dualidad refleja que hay una parte de nosotros de la que no somos conscientes y solo desde el exterior, se nos comunica. En tanto que la concepción de nosotros mismos puede diferir de la que tienen los demás, se nos presenta una dualidad en la perspectiva de la identidad. En este sentido, bien hay una percepción de la propia identidad, pero hay aspectos de ella a los que sólo podemos acceder a través de los otros. Mead (1968) fue uno de los primeros teóricos en diferenciar una identidad más personal, de una identidad más social (“mí” y “yo”), como dos partes que conviven dentro de la persona y se retroalimentan. Aunque intentaba identificar dos elementos, realmente estaba señalando un proceso; una continua relación de la persona con el entorno que forma y de la persona que da forma al entorno.

Podríamos decir en pocas palabras que, de igual forma que somos conscientes que tenemos dos ojos o una nariz porque los podemos tocar, solo ante el espejo nos vemos con claridad. Siguiendo esta línea, la sociedad es ese reflejo, gracias a la que podemos discernir nuestra forma de ser.

Lectura obligatoria: "La identidad personal y social"

¿Qué es mío?

Si crees que tú únicamente eres tú, voy a comenzar con intentar desmentirte y, de momento, decirte que eres menos tú de lo que piensas. La identidad normalmente se define como un conjunto unitario de rasgos que permanecen estables y que permiten una autoidentificación; un núcleo férreo al que agarrarnos.

Por qué somos como somos y la autoidentificación

Imaginemos a Marc crecer y cómo pasa a ser gótico sintiéndose incomprendido; y después skater sin implicarse en nada; y después un romanticón que busca el compromiso; y después un soltero de vida loca; y después un hombre de negocios; y después… ¿Dónde queda esa estabilidad? Sin embargo, la persona es capaz de percibirla y entenderse en cada uno de los contextos. Es decir, cada uno de nosotros podemos entendernos en cada una de nuestras etapas. En términos de Bruner (1991), la identidad es situada –en un espacio-tiempo- y distribuida –se descompone en varias facetas-. No sólo uno es capaz de entenderse en cada una de sus facetas en su vida, sino que también es comprendido por los demás; los padres de Marc le han comprendido en cada episodio de su crecimiento.

El autoconcepto y su relación con la identidad

Este hecho abre las puertas a la teoría de modelos mentales (Johnson-Laird, 1983). Si bien ahora mismo se ha puesto en duda qué somos, sí es cierto que tenemos una idea de nosotros mismos en nuestra cabeza, un autoconcepto. Además, este autoconcepto sirve de modelo de mental sobre nuestro repertorio de conductas: podemos imaginarnos cómo actuaríamos en diferentes situaciones o ante distintas personas. Gracias a ello, podemos mantener una coherencia interna de lo que pensamos de nosotros y no caer en una disonancia cognitiva. Es así cómo, en cada interacción, evocamos al exterior parte de lo que somos, ya que en este proceso sólo evocamos los rasgos de nuestro autoconcepto relacionados con nuestro entorno, con nuestro aquí y ahora –en una discoteca seguro que no mostraríamos la misma parte de nosotros que ante un examen-.

Siguiendo con otra metáfora, pensemos un momento en el caso de un anciano pintor, en una silla, con un lienzo ante él, tras un frondoso prado. Por muchas horas que pase sentado intentando recrear el paisaje que le envuelve, jamás será capaz de representar con exactitud cada detalle que la realidad le muestra. Siempre habrá una pequeña hoja o algún matiz de color que sólo existirá en la realidad. Es por este hecho que, al pintar, está recreando la realidad, no creándola.

¿Qué es tuyo?

Es así como, aunque podamos creernos mucho, lo que somos para el otro, puede ser menos. Justo en este punto me propongo cambiarlo, decirte que puedes ser diferente de lo que imaginas.

Volvamos a nuestras anteriores metáforas. Por ejemplo a la vivencia de Marc, en la que el pensar si es “bueno” o “malo” viene dado por si se valora más hacer los deberes o ayudar a los padres. O más sencillamente, al caso del pintor, que tras acabar el cuadro cada uno tendrá su propia impresión sobre él.

La emisión e interpretación de intenciones

En esta línea, se expone cómo en la interacción, nuestro interlocutor desarrolla un proceso de inferencias. Este proceso se basa en interpretar la semántica y la pragmática del mensaje, el qué y el cómo se dice. A partir de ello, no interpreta el mensaje, sino la intencionalidad del emisor, con qué intención nos estamos dirigiendo a él. Varios estudios muestran que rasgos de la comunicación como el acento, el formalismo u otros, crean diferentes prejuicios de las personas sobre su estatus, competencia, ansiedad, etc (Ryan, Cananza y Moffie, 1977; Bradac y Wisegarver, 1984; Bradar, Bowers y Courtright, 1979; Howeler, 1972).

En base a estos indicios, el receptor interpreta nuestra intención y con ello crea su propio modelo mental de nosotros. Porque de la misma forma que uno imagina cómo actuaría en diferentes situaciones, también se elabora una imagen prefijada del otro que nos permita predecir qué puede hacer o decir, pensar o sentir; qué nos podemos esperar de esa persona. Es uno de los heurísticos básicos para procesar con mayor agilidad la información: si puedo prever, puedo dar antes una respuesta.

Ese es el mismo fin en el rol del receptor: dar una respuesta. En cada relación que mantenemos, la otra persona elabora su feedback, su retroalimentación, a partir de su interpretación de nuestros actos. Y si ya hemos dicho que nuestros actos son algo diferentes de los que pensaríamos y que la interpretación puede ser distinta a nuestra intención, el feedback que recibamos puede ser totalmente diferente al esperado. Puede enseñarnos partes de nosotros que desconocemos o de las que no éramos conscientes; hacernos ver diferentes.

¿Qué decido ser?

De esta forma, como tercer paso del proceso, te digo que eres más de lo que creíste, quieras o no, resulte bueno o malo. Continuamente recibimos feedback del exterior, en cada interacción que tenemos con los otros, con el entorno y con nosotros mismos. Y ese mensaje que recibimos no es ignorado, porque también ejercemos el mismo proceso que hicieron con nosotros: ahora somos el receptor. Interpretamos la intención que hay detrás de él y es entonces cuando podemos encontrar que nos pueden tratar de una forma diferente a la que creíamos.

La importancia del feedback en la conformación de la identidad

En el proceso de interpretación entran en conflicto el modelo mental recibido del exterior con el propio, es decir, el cómo nos ven y el cómo nos vemos. Posiblemente, en el feedback recibido se ha incluido información nueva, desconocida, que no corresponde a la idea que tenemos de nosotros. Esta información se incluirá y se integrará en nuestro modelo mental a partir de dos rasgos: la carga afectiva y la recurrencia (Bruner, 1991).

Volviendo al pintor, éste puede recibir diversas opiniones sobre su cuadro, pero quedará impactado si todas ellas sólo son críticas –recurrencia de un mismo feedback- o si una de ellas viene de su esposa que tanto ama –carga afectiva-.

Llegamos entonces, a la zona de peligro. Estos dos rasgos modulan la influencia que tiene el “cómo nos ven” para nosotros. Si además es muy contrario a nuestro modelo mental inicial, entramos en disonancias cognitivas, en incoherencias internas debido a la contradicción que nos suponen. Mucho del malestar psicológico viene dado porque sentimos que “no recibimos lo que damos”, o que “no somos cómo queremos ser” y la fuerza de estas creencias puede provocar mucho sufrimiento y trastornos psicológicos como la depresión si se vuelven persistentes e insidiosos.

Pero es en esta misma zona de riesgo, dónde la persona puede crecer, dónde ese feedback puede sumar y no restar. Para el desarrollo y crecimiento personal, tras definir este proceso, las claves están en los siguientes puntos:

  • Autoconciencia: si se es consciente del autoconcepto de uno mismo y del contexto que le rodea, podemos optimizar la adaptación de lo que evocamos. Siendo conscientes de cómo somos y qué nos rodea, somos capaces de tomar la decisión de cómo dar la mejor respuesta a las necesidades de nuestro entorno.
  • Autodeterminación: podemos ser conscientes de que el feedback que recibimos es información sobre cómo los demás nos reciben. De esta forma podemos pensar cómo desarrollarnos mejor y enfocarnos y obtener nuestros objetivos.
  • Sentido autocrítico: de la misma forma que la información del feedback puede ayudarnos a conseguir objetivos, también puede servirnos para el crecimiento personal. Saber qué recoger del feedback que recibamos para mejorar, o bien qué áreas nos está mostrando que aún nos falta fortalecer. En este caso es importante saber reconocer qué necesidades nos satisface a nosotros nuestro entorno.
  • Autoregulación: la capacidad de poder ser más o menos flexibles en cada una de las partes del “ser”. Tanto saber exponernos de forma auténtica como poner defensas cuando toque, tanto saber sacar el máximo provecho de qué nos dicen como desecharlo si está muy contaminado. El hecho de optimizar los recursos y nuestra propia gestión

Finalmente, bien puedes ser menos, bien puedes ser diferente, como también puedes ser más. Pero –y discúlpame por la expresión- te dejo en la situación más “jodida” de todas, y es que puedes ser lo que quieras ser.

Referencias bibliográficas:

  • Bradac, J. J. y Wisegarver, R. (1984). Ascribed status, lexical diversity, and accent: Determinants of perceived status, soladirity and control speech style. Journal of Language and Social Psychology, 3, 239-256.
  • Bradac, J. J., Bowers, J. W. y Courtright, J. A. (1979). Three language variables in communication research: Intensity, immediacy, and diversity. Human Communication Research, 5, 257-269.
  • Bruner, J. (1991). Actos de significado. Más allá de la revolución cognitiva. Madrid: Alianza Editorial.
  • Johnson-Laird, Philip N (1983). Mental Models: Toward a Cognitive Science of Language, Inference and Consciousness. Harvard University Press.
  • Howeler, M. (1972). Diversity of Word usage as a stress indicator in an interview situation. Journal of Psycholinguistic Research, 1, 243-248.
  • Mead, G. H.: Espíritu, persona y sociedad, Paidós, Buenos Aires, 1968 a.C
  • Ryan, E. B., Cananza, M. A. y Moffie, R. W. (1977). Reactions towards varying degrees of accentedness in the speech of Spanish-English. Language and Speech, 20, 267-273.

Psicólogo social

Graduado en Psicología por la Universitat de Barcelona. Psicólogo social. Especialidad en Psicología de los Grupos. Actualmente cursando posgrado de Autoliderazgo y Conducción de Grupos en la Universitat de Barcelona.

Psicólogo/a

¿Eres psicólogo?

Date de alta en nuestro directorio de profesionales

Artículos relacionados

Artículos nuevos

Quizás te interese