El inconsciente y los olores

Hoy en día sabemos que el sentido del olfato tiene una importancia crucial en nuestras vidas.

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La huella de los olores en el inconsciente humano

Igual que Gregorio Samsa, Stephen D. se despertó un buen día habiendo sufrido una metamorfosis. Aquella mañana, posiblemente debido al consumo reciente de anfetaminas, el olor tomó las riendas de todo su mundo perceptivo. Y esto fue lo que definió la vida de este joven durante los días siguientes: una increíble sensibilidad hacia los aromas. La exaltación de su olfato hacía que todo lo que notaba a su alrededor fuesen notas fragantes y, aunque conservaba el resto de sus sentidos, todos parecían haber perdido importancia bajo el imperio de lo nasal. 

Por primera vez, Stephen D. tenía la necesidad de olerlo todo, identificaba a las personas por su olor antes de verlas y reconocía los estados anímicos de sus compañeros sin mirarlos. No sólo se hizo mucho más sensible a todos los olores: todas las capas de lo real pasaron a ser por estímulos olfativos muy potentes. Además, esta metamorfosis supuso también entrar en una realidad en la que una fuerte emocionalidad lo teñía todo, haciendo que el aquí y ahora pasara a primer plano mientras que el pensamiento abstracto empequeñecía al disolverse en esa rica gama de sensaciones. 

Lamentablemente, a las tres semanas todo volvió a la normalidad. La pérdida de este don, tan brusca como su llegada, y supuso un fuerte mazazo emocional. Una vez abierta la puerta hacia un mundo de percepción tan pura era difícil renunciar a esas sensaciones.

Estos sucesos, narrados por Oliver Sacks en un capítulo llamado El perro bajo la piel, son presentados como verídicos por parte del autor (Sacks, 2010/1985). Sin embargo, a la mayoría de nosotros esto nos pude parecer un relato casi alienígena, algo que guarda poca o ninguna relación con nuestra experiencia cotidiana. En general, creemos que el olfato es algo así el hermano pobre de los cinco sentidos. Esto es cierto hasta cierto punto.


Olor, emocionalidad e inconsciente

Toda nuestra vida parece tener formato audiovisual: tanto nuestro tiempo de ocio como las personas con las que nos relacionamos y las situaciones en los que nos vemos involucrados quedan definidas por lo que podemos ver y oír. Sin embargo, la historia de Stephen D. tiene una particularidad que pone en cuestión esta norma: este joven ve aumentar su sensibilidad hacia los olores a causa de los efectos de una droga, pero las grandes estructuras de su cuerpo no sufren ninguna transformación. 

Ni su nariz se agranda ni su cerebro se transforma en el de un perro, y los cambios aparecen y desaparecen de manera muy rápida, sugiriendo que se deben a una alteración relativamente superficial. Simplemente, su sistema nervioso funciona de manera distinta durante tres semanas sobre los mecanismos cerebrales que ya hay.

Quizás todo se explique porque, en el caso de Stephen, algunos procesos que normalmente permanecen inconscientes llegaron a dar el salto hacia la consciencia. Quizás, aunque no nos demos cuenta, todos nosotros tenemos un perro bajo la piel, una parte inconsciente de nosotros que reacciona a olores al margen de nuestro control.

Las evidencias científicas parecen respaldar esta perspectiva. Hoy en día sabemos que el sentido del olfato tiene una importancia crucial en nuestras vidas a pesar de que no nos demos cuenta. Por ejemplo, se ha comprobado que el olor es un potentísimo desencadenante de recuerdos asociados a cada una de las fragancias, y que esto pasa independientemente de nuestra voluntad por recordar algo. Además, las experiencias que los olores nos traen a la memoria son de carácter mucho más emocional que los recuerdos evocados por imágenes o por palabras (Herz, R. S., 2002). Esto ocurre con una gran variedad de olores.

Sin embargo, puede que el repertorio más interesante de reacciones que tenemos ante el olor se dé cuando ese olor proviene de otro ser humano. A fin de cuentas, la información que nos proveen otras personas es tan importante, si no más, que la que nos pueda proveer una pera madura, el césped cortado o un plato de macarrones. Si queremos entender cómo funciona la comunicación entre las personas basada en el olor, tenemos que hablar de feromonas y de olores firma.


Comunicación invisible

Una feromona es una señal química emitida por un individuo y que altera el comportamiento o la disposición psicológica de otro individuo (Luscher y Karlson, 1959). Son señales químicas definidas por cada especie en concreto y que producen reacciones instintivas. Los olores firma, por su parte, sirven para identificar a cada miembro concreto de la especie y se basan en el reconocimiento de olores experimentados con anterioridad (Vaglio, 2009). Ambos se dan por doquier en muchas formas de vida, y el caso de los humanos no parece ser una excepción. 

Aunque la especie humana no es tan sensible a los olores como otros mamíferos (una muestra de ello es que nuestro morro se ha achatado drásticamente, dando lugar a menos receptores olfativos), nuestro cuerpo es capaz de conocer aspectos de las demás personas tales como su identidad, su estado emocional u otros aspectos de su psicología a partir de estos "rastros" que vamos dejando por el aire.

Por ejemplo, en un estudio de 2012 se comprobó cómo las personas pueden llegar a estar emocionalmente sincronizadas a través del olor que emiten. Durante el experimento, se expuso a una serie de hombres a dos tipos de película: una de ellas era de miedo, y la otra mostraba imágenes repulsivas. Mientras esto ocurría, se recogieron muestras del sudor de estos participantes (en general, debió ser una experiencia bastante inquietante). Una vez hecho esto, se expusieron estas muestras de sudor a un grupo de mujeres voluntarias y se gravaron sus reacciones: las que olían sudor segregado durante la visión de la película de miedo mostraron una gestualidad facial asociada al miedo, mientras que el lenguaje de la cara de las que olían el resto de muestras expresó asco (de Groot et al, 2012).

A pesar de esto, es posible que la propiedad más importante de estos rastros de olor sea su capacidad para influir en nuestra conducta reproductiva. La agudeza olfativa tanto en hombres como en mujeres se incrementa al llegar a la pubertad (Velle, 1978), y en el caso de las mujeres esta capacidad para percibir los olores fluctúa con su ciclo menstrual (Schneider y Wolf, 1955), así que la relación entre comportamiento sexual y olfato es evidente. Parece ser que hombres y mujeres juzgamos el atractivo de las personas en parte por su olor, ya que este aporta información relevante sobre el estado interno de nuestros cuerpos, un ámbito sobre el cual la vista y el oído no nos pueden aportar mucho (Schaal & Porter, 1991). 

Las mujeres, por ejemplo, parecen tender a preferir parejas con un repertorio de respuestas inmunitarias distinto al suyo, quizás para engendrar descendencia con un buen elenco de anticuerpos (Wedekind, 1995), y se guían por el olfato para recibir este tipo de datos. Más allá de la búsqueda de pareja, además, las madres pueden diferenciar el olor firma de sus bebés a los dos días del postparto (Russell, 1983). Los bebés, por su parte, ya desde los primeros meses de vida son capaces de reconocer a su madre por el olor (Schaal et al, 1980).


La explicación

¿Cómo es posible que el olfato influya tanto en nuestro comportamiento sin que lo advirtamos? La respuesta se encuentra en la disposición de nuestro cerebro. Hay que tener en cuenta que las partes del cerebro encargadas de procesar información sobre las señales químicas que nos rodean son muy antiguas en nuestra historia evolutiva, y por tanto aparecieron mucho antes que las estructuras asociadas al pensamiento abstracto. Tanto el olor como el gusto están conectados directamente a la parte baja del sistema límbico (la zona "emocional" del cerebro), a diferencia del resto de sentidos, los cuales pasan primero por el tálamo y son por ello más accesibles por el pensamiento consciente (Goodspeed et al, 1987) (Lehrer, 2010/2007). 

Por este motivo las señales químicas que recibimos a través de la nariz actúan drásticamente sobre la regulación del tono emocional, aunque no nos demos cuenta, y por eso los olores son una vía única para incidir sobre el estado anímico de las personas aunque estas no se den cuenta. Además, como en el sistema límbico está incluido el hipocampo (una estructura asociada a los recuerdos), las señales recogidas por la nariz evocan con facilidad experiencias ya vividas, y lo hacen acompañando este recuerdo con una gran carga emocional.

Todo esto significa, por cierto, que teóricamente podría ejercerse algún tipo de manipulación sobre el resto de las personas sin que estas puedan hacer mucho para controlar sus propios sentimientos y disposiciones psicológicas. El ejemplo más claro de este principio de la manipulación lo encontramos, claro está, en las panaderías. Esperemos que los grandes fabricantes de televisores y ordenadores tarden algo más descubrirlo.

Referencias bibliográficas:

  • de Groot, J. H. B., Smeets, M. A. M., Kaldewaij, A., Duijndam, M. J. A. y Semin, G. R. (2012). Chemosignals Communicate Human Emotions. Psychological Science, 23(11), pp. 1417 - 1424.
  • Goodspeed, R. B., Gent J. F. y Catalanotto, F. A. (1987). Chemosensory dysfunction: clinical evaluation results from a taste and smell clinic. Postgraduate Medicine, 81, pp. 251 - 260.
  • Herz, R. S. y Schooler, J. W. (2002). A naturalistic study of autobiographical memories evoked by olfactory and visual cues: testing the Proustian hypothesis. American Journal of Psychology, 115, pp. 21 - 32.
  • Luscher, M y Karlson, P. (1959). "Pheromones": a new term for a class of biologically active substances. Nature, 183, pp. 55 - 56.
  • Russell, M. J. (1983). Human olfactory communications. En D. Müller-Schwarze y R. M. Silverstein, (Eds.), Chemical Signals in Vertebrates 3. Londres: Plenum Press.
  • Sacks, O. (2010). El hombre que confundió a su mujer con un sombrero. Barcelona: Anagrama. (Originalmente publicado en 1985).
  • Schaal, B., Motagner, H., Hertling, E., Bolzoni, D., Moyse, R. y Quinchon, R. (1980). Les stimulations olfactives dans les relations entre l'enfant et la mere. Reproduction Nutrition Development, 20, pp. 843 - 858.
  • Schaal, B. y Porter, R. H. (1991). "Microsmatic Humans" revisited: the generation and perception of chemical signals. Advances in the Study of Behavior, 20, pp. 474 - 482.
  • Schneider, R. A. y Wolf, S. (1955). Olfactory perception thresholds for citral using a new type of olfactorium. Applied Physiology, 8, pp. 337 - 342.
  • Vaglio, S. (2009). Chemical communication and mother-infant recognition. Communicative & Integrative Biology, 2(3), pp. 279 - 281.
  • Velle, W. (1978). Sex differences in sensory functions. Psychological Bulletin, 85, pp. 810 - 830.
  • Wedekind, C., Seebeck, T., Bettens, F. y Paepke, A. J. (1995). MHC-dependent mate preferences in humans. Proceedings of the Royal Society of London B, 260, pp. 245–249.

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