​Padres exigentes: 7 aspectos en los que se equivocan

Ideas para prevenir problemas en la educación por parte de padres y madres con altas expectativas.

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Criar y educar bien a un hijo no es fácil. Si bien la mayoría de padres quieren lo mejor para sus hijos, no en todos los sujetos funcionan de igual manera las distintas maneras de educar. Así, las estrategias educativas que se emplean no siempre son las más adecuadas para lograr la autonomía y correcto desarrollo de un niño o niña. 

Sobreprotección, autoritarismo, ambigüedad… todo ello puede conllevar que los hijos se formen una idea de la realidad que puede o no servir para su correcta adaptación a las circunstancias vitales que les toque vivir. Entre todas estas características de diferentes tipos de educación podemos encontrar la exigencia exagerada, que puede causar diversos problemas en los hijos. Por este motivo este artículo se va a centrar en los padres exigentes y los siete aspectos o cosas en las que se equivocan.

Exigir demasiado: cuando la disciplina y el esfuerzo se llevan demasiado lejos

Hay maneras muy diferentes de educar. El patrón de comportamiento que utilizamos a la hora de educar a nuestros hijos, la forma de interactuar entre padres e hijos, como se les enseña, refuerza, motiva y expresa son lo que se denomina estilo parental.

Resulta común que, en una sociedad cada vez más líquida y dinámica, muchas familias opten por intentar imprimir disciplina en su progenie, intentando inculcar la cultura del esfuerzo y motivar que los hijos aspiren siempre a lo máximo y busquen alcanzar la perfección. Este tipo de padres tienden a exigir a su prole que estén activos, se esfuercen lo máximo posible y consigan cumplir todos los objetivos que se les proponen con la máxima eficiencia posible.

Los padres excesivamente exigentes tienden a tener un estilo parental autoritario, que se caracterizan por tener un tipo de comunicación básicamente unidireccional y poco expresiva, con una jerarquía clara y que proporcionan reglas claras y rígidas, otorgando poca autonomía al menor y presentando un gran nivel de control y elevadas expectativas respecto a ellos. Sin embargo, si bien la disciplina y el esfuerzo son importantes, un exceso de exigencia puede provocar dificultades en el desarrollo psicoemocional de los niños y niñas, como las que se pueden ver a continuación.

7 errores frecuentes derivados de una elevada exigencia paternal

Emplear la exigencia ocasionalmente como manera de aumentar el rendimiento puede resultar efectivo. Sin embargo, si es un patrón de comportamiento consistente y no se acompaña de una comunicación eficiente y una expresión de sentimientos coherente, en algunos sujetos este estilo educativo puede contribuir a causar diferentes problemas de adaptación. 

Algunos de los errores que cometen los padres especialmente exigentes son los siguientes.

1. Sobreexigir no aumenta el rendimiento

Si bien fomentar el esfuerzo y la mejora de los resultados puede ser de utilidad para aumentar el rendimiento de forma puntual, mantener un elevado nivel de exigencia a lo largo del tiempo puede de hecho causar el efecto contrario: el rendimiento puede disminuir al pensar que no se es lo suficientemente bueno, o bien debido a la perseverante búsqueda de una mejora en los resultados obtenidos.

2. Intolerancia a los errores

Es común que las padres exigentes no refuercen de manera suficiente los esfuerzos de sus hijos, notando sin embargo la presencia de algunos errores. Por ello la idea que se transmite a los hijos es que el error es algo malo, que debe ser evitado. Se forma así una intolerancia hacia el error, que puede conducir al siguiente de los puntos, el nacimiento de perfeccionismo.

3. Un exceso de perfeccionismo no es bueno

Un exceso de exigencia en la infancia puede provocar en los niños la sensación de que lo que hacen nunca es suficiente, no sintiéndose satisfechos con lo que hacen a lo largo de su vida. Así, estas personas desarrollan la necesidad de hacer las cosas lo mejor posible, buscando la perfección. A la larga esto hace que sean personas no acaben las tareas, dado que las repiten una y otra vez de cara a mejorarlas.

4. Se crean expectativas irrealizables

Creer en las posibilidades propias y ajenas es bueno. Sin embargo, es necesario que dichas expectativas sean realistas. Unas esperanzas demasiado elevados e irrealizables causan frustración ante la incapacidad de cumplir con ellas, que a su vez puede causar una autopercepción negativa de las propias habilidades.

5. Exigir mucho puede provocar inseguridad y baja autoestima

Si la exigencia no es seguida por el reconocimiento del esfuerzo que se realice, el niño o niña no sentirá que sus esfuerzos hayan merecido la pena. A la larga pueden desarrollar severos problemas de ansiedad y depresión, así como indefensión aprendida al pensar que sus esfuerzos no cambiarán el resultado final.

6. Centrarse en cumplir puede causar falta de automotivación

Hacer que un niño se centre demasiado en lo que debe hacer puede provocar que ignore qué quiere hacer. Si esta situación se da de manera persistente dicho niño o niña en la etapa adulta presente bloqueos emocionales e incapacidad o dificultad para automotivarse, debido a que no han terminado de desarrollar en la infancia sus propios intereses.

7. Puede provocar problemas en las relaciones personales

Los hijos de padres muy exigentes tienden a aprender el nivel de exigencia de sus progenitores, y a reproducirlo en el futuro. De este modo, puede serles más difícil socializar debido al elevado nivel de exigencia que pueden presentar tanto de cara a sí mismos como respecto a otras personas en sus relaciones.

Recomendaciones para evitar estos errores

Los aspectos citados hasta el momento son debidos principalmente a la presencia de presión y expectativas elevadas, intolerancia a errores y falta de refuerzo ante la propia conducta. Sin embargo, el hecho de ser un padre exigente no implica necesariamente que aparezcan estos problemas, pudiendo evitarse con una comunicación y expresión emocional suficientes. Algunos consejos o recomendaciones a la hora de evitar los déficits indicados podrían ser los siguientes.

Acompañar mejor que instruir

La presión que sienten estos niños es muy elevada, en ocasiones siendo incapaces de hacer lo que les gustaría hacer al nivel que querrían sus seres queridos. Para evitarlo se recomienda que las expectativas que se transmiten a los hijos sean realistas y ajustadas a las capacidades demostradas por el menor, evitando extremismos.

En lo que respecta a la intolerancia a los errores, esta no se produce si se enseña al niño o niña en cuestión que equivocarse no es malo ni significa fracasar, sino que son una oportunidad de mejorar y aprender. Y que aún en el caso de fracasar ello no implica que se les deje de amar.

Valorar su esfuerzo y no sus logros

Gran parte del problema que produce este tipo de educación es la no valoración del esfuerzo llevado a cabo. La solución pasa por considerar la importancia del esfuerzo realizado por los niños, independientemente de los resultados, y contribuir a que este esfuerzo llegue a buen término. Esto es especialmente importante cuando el niño hace una actividad correctamente, en que en ocasiones no se felicita al considerarse algo normal y esperable.

La confianza en las habilidades de los niños es fundamental de cara a motivarlos y aumentar su autoestima. De cara a no desvalorizar las capacidades de los niños se recomienda que si hay algo que se quiera corregir, se intente indicar de manera positiva y sin incurrir en la crítica, o en todo centrarla en la actividad o el objetivo a conseguir y no en el niño y su capacidad.

Referencias bibliográficas:

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  • Chen, X., Dong, Q., y Zhou, H. (1997). Authoritative and authoritarian parenting practices and social and school performance in Chinese children. International Journal of Behavioral Development, 21, 855-873.
  • Del Barrio, M. V. y Roa, M. L. (2004). Prácticas de crianza, personalidad materna y clase social. Actas del II Congreso Hispano-Portugués de Psicología

Psicólogo en Barcelona | Redactor especializado en Psicología Clínica

Barcelona

Graduado en Psicología con mención en Psicología Clínica por la Universidad de Barcelona. Máster en Psicopedagogía con especialización en Orientación en Educación Secundaria. Cursando el Máster en Psicología General Sanitaria por la UB.

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