Mito e Historia en la Teoría Freudiana: la cientificidad del psicoanálisis

Una aproximación al problema de la cientificidad del psicoanálisis.

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La Historia que se enseña en las academias nos dice que el curso de los acontecimientos humanos experimentó una aceleración bastante asombrosa en torno a un período que más tarde se llamaría Renacimiento. Según lo que hoy se acepta y difunde, las naciones europeas atravesaron un movimiento de transformación cultural y material de gran amplitud que las llevó a expandirse, descubrir, explorar, conquistar, dominar, explotar, colonizar y cartografiar el mundo.

Es imposible dar aquí una idea, ni siquiera a grandes rasgos, de la riqueza, complejidad y alcance de los trastornos que se produjeron en el espacio de unos pocos siglos en los ámbitos de la cultura, las artes, las relaciones sociales, la economía, la tecnología y la religión, por citar sólo algunos. Destaquemos tan solo el hecho de que la cultura europea, en su movimiento hacia sí misma y hacia el mundo, ha dado a luz dos objetos que merecen nuestra atención. Esa cosa llamada ciencia en el siglo XVII; y esa otra cosa, un poco posterior, llamada psicoanálisis.

La Gran Historia y el psicoanálisis

Todos los actores de esta globalización, ya fueran viajeros, exploradores, conquistadores, comerciantes, descubridores o soñadores participaron a su manera en el movimiento colectivo de la gran Historia. Tanto si trabajaban en el hacer como en el saber, cada uno, en función de su organización psíquica, tenía la posibilidad de vivir la aventura de forma eminentemente diferenciada y personal.

Cada época ofrece a sus sujetos salidas para sus pulsiones y sería divertido preguntarse qué papel puede haber tenido alguna de las pulsiones enunciadas por Freud en alguna actividad concreta vinculada a los acontecimientos históricos. Parece bastante obvio, por ejemplo, que la irrefrenable sed de oro de los primeros conquistadores españoles tuviera algo que ver con una desenfrenada codicia oral.

El sadismo habrá encontrado en este mismo entorno un terreno de juego bastante propicio para expresarse sin inhibiciones. Pero, ¿cómo pensar problemas un poco más complejos, como la pasión evangelizadora de los fundadores de misiones, los jesuitas del Paraguay o los franciscanos de la Sierra Gorda mexicana? Este ejemplo concreto trata de una construcción, de un hacer algo, que tiene resonancias en las dimensiones de la arquitectura, la vida comunitaria y la espiritualidad.

Es una realización que debe entenderse como expresión de la pulsión anal, aunque en ella se integren otros componentes. Podemos multiplicar a voluntad este "pequeño juego de las pulsiones", jugarlo en grupo y preguntarnos a qué pulsión debemos atribuir cada obra histórica. El jueguito tiene el carácter de un entretenimiento un tanto ocioso mientras no se tenga en cuenta al otro.

Y de hecho, el otro, la otredad, ha tardado mucho tiempo en ser tenido en cuenta en esta Historia que se nos cuenta y de la que nos hemos alimentado. El genocidio y la esclavitud constituyen una aproximación bastante brutal al problema de la otredad. Y aunque muchas voces como las religiosas y misioneras se hicieron oír con un mensaje evangélico de dulzura y compasión, sólo fue siempre con el objetivo de convertir a los indios en cristianos, admitiéndose el problema de la otredad sólo como un desafío y como un problema a resolver.

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El mito del buen salvaje

La historia secular también ha tenido sus mitos y sus mitos de la otredad, y uno de ellos floreció en el siglo XVIII con el nombre de "mito del buen salvaje". Una visión idealizada del nativo tropical, feliz y bueno, alimentándose libremente de los frutos de la tierra pródiga, libre de los vicios y la corrupción del hombre civilizado.

Una visión distorsionada y puramente occidental de una humanidad que nunca existió, una construcción ficticia y muy errónea que nos permitió ver y comprender lo que el hombre podría haber sido antes de que la oralidad y la sexualidad se volvieran conflictivas, antes de que alcanzara su actual estado de amargo divorcio de la Naturaleza. En el fondo de este mito estaba también la angustiosa pregunta: ¿dónde nos lleva ese progreso que con tanto orgullo cabalgamos?

Sí, la otredad en su dimensión radical tardó mucho tiempo en ser tenida en cuenta, aunque estuvo presente desde el principio de hecho, y desde el principio también en la literatura, en forma de esos diversos relatos de viajes que son para nosotros viajes en el espacio y también en el tiempo.
Poco a poco se ha ido reconociendo como objeto de un discurso más organizado, más metódico, más científico, bajo el epígrafe recién creado de "Etnología".

Y es en este material científico de nueva creación en el que se basa Freud en Tótem y Tabú (1914). Impulsado por una pulsión oral que abarca una amplia gama de temas y se sostiene a lo largo del tiempo, devora toda la literatura como un lector curioso y atento, con la complicidad de unos cuantos cigarros holandeses. Frazer, Wundt, Spencer, Lang, Tylor, por citar solo a los principales autores. Lo que encuentra allí es inaudito: desde Berggasse 19, y sin moverse un centímetro, a través de la fina bruma del humo del tabaco, el mundo le es descubierto por estos hombres de ciencia. Pensamiento de la magia y magia del pensamiento.

Los dos primeros ensayos son fácticos. Habiendo logrado la "reducción de su objeto" según la expresión de Lacan(1), y constituyéndose así como ciencia, la etnología nos ofrece, gracias a la asimilación por Freud de todas las autoridades que estaban en su menú, un cúmulo de observaciones concretas sobre la organización social, religiosa y matrimonial de las sociedades primitivas.

Tomando ejemplos de todos los pueblos conocidos, se describen minuciosamente los mil y un misterios de la ley y los comportamientos singulares que genera. Tabúes alimentarios, funcionamiento drásticamente restrictivo de los sistemas de parentesco, tabúes lingüísticos ligados a la pronunciación de los nombres de los muertos o a la designación de los lazos de clan, comportamientos de evitación relacionados con la promiscuidad o la agresividad, medidas rituales punitivas y purificadoras para contener el contagio de las transgresiones...

Más allá del aspecto descriptivo, de por sí fascinante y que pone ante nuestros ojos el enjambre de curiosidades humanas, hay un intento de profundizar en la comprensión íntima de las cosas. ¿Cuál es la razón de todos estos comportamientos? ¿Qué es un tabú? ¿Cómo se desarrolla un contagio transgresor y cómo se puede detener? ¿Cuál es la relación entre un tabú y la Ley? ¿Cuál es la relación de la Ley con la esencia de la humanidad?

Recordando que Freud reafirma a lo largo de toda su obra la exigencia de cientificidad que está en el centro de su planteamiento, parece oportuno preguntarse, a propósito de Tótem y Tabú, en qué medida todo esto es o no científico. Intentemos aportar algunos elementos de respuesta: en primer lugar, se trata de hechos, derivados de la observación. No una observación hecha por cualquiera y cargada de subjetividad, sino una observación precisa, meticulosa, rigurosa, refinada, repetida varias veces y comprobada metodológicamente para detectar posibles errores según procedimientos tanto individuales como colectivos.

La omnisciencia del sujeto de la ciencia

Una observación realizada por un sujeto, el científico, que se retira del campo de observación y ya no aparece en lo observado. El sujeto de la ciencia es un sujeto ausente (hasta el psicoanálisis, si consideramos que el psicoanálisis es una ciencia) del campo tomado como objeto por la ciencia(2). Es un sujeto que observa y se observa, que da cuenta de todo lo que observa pero que no deja penetrar nada de sí mismo en el campo de lo observado. Es un sujeto que se limita en sus pretensiones de omnisciencia, que restringe sus ambiciones de certeza a segmentos muy pequeños de la realidad.

El proceso cartesiano del cogito es emblemático de este cuestionamiento radical de las creencias que quieren hacerse pasar por conocimiento. Tras la disipación metódica de todas las ilusiones, sólo nos queda una certeza: la afirmación "pienso, luego existo" es verdadera(3). El sujeto de la ciencia, tal como Descartes describe su nacimiento, es un sujeto que transforma su castración experimentada como limitación en exigencia e instrumento del método.

A partir del límite entre el principio de placer y el principio de realidad, constantemente reafirmado y redibujado, Freud -y Lacan subraya que opera en la línea más recta de Descartes- hace no un límite donde todo se detiene, sino un comienzo donde todo comienza. Un cientificismo, pues, o una exigencia de cientificidad... Hay un objetivo de este orden en el pensamiento freudiano aplicado a todos los fenómenos que le interesaban, en primer lugar los de la clínica. Es muy tentador reunir observaciones aparentemente heterogéneas en virtud de similitudes detectadas en su naturaleza profunda, sobre todo cuando constata cuántos rasgos asombrosamente comunes comparten la neurosis obsesiva y el temeroso respeto del primitivo por el Tabú.

Hay una sorprendente concordancia entre los hechos clínicos y los hechos etnográficos: la posición incómoda del sujeto frente a la ambivalencia de sus sentimientos, la transmisión por contacto físico o por asociación de pensamientos, las prohibiciones que en un caso como en el otro conciernen a lo que ha sido reprimido en el inconsciente... “Ya el solo ejemplo ofrecido por la comparación del tabú con la neurosis obsesiva permite colegir cuál es el nexo entre las formas singulares de neurosis y las formaciones de la cultura, así como la importancia que el estudio de la psicología de las neurosis adquiere para entender el desarrollo cultural” (4)

Pero detengámonos un momento en este resultado obtenido por Freud en sus reflexiones. Parece estar en consonancia con el paradigma en el que se mueve. Las cosas son bastante claras y, en el fondo, bastante simples; están ordenadas cronológicamente. El presente es el resultado de una evolución: el pasado se deposita en estratos que se acumulan y se superponen, pero no desaparecen. Al contrario, se conservan y pueden reactivarse retrocediendo en el tiempo.

Cabe señalar de paso que es en este punto preciso de la epistemología donde se conecta la pasión de Freud por la arqueología, siendo para él la evidencia material de un pasado olvidado una fuente abundante de fantasías y cogitaciones. En cuanto al desarrollo del individuo, encontramos al niño en el adulto y particularmente en el neurótico, en quien estas fijaciones en el pasado son visibles y descifrables.

Lo mismo es cierto y paralelo, aunque en líneas diferentes, a nivel colectivo, donde las etapas de desarrollo que condujeron al hombre moderno son detectables en su estado natural en esos pueblos primitivos, recién ascendidos al rango de objeto de la ciencia. La clasificación aceptada en la época entre las edades totémica, religiosa y científica fue retomada tal cual por Freud, hasta el punto de titular el cuarto de sus ensayos «El retorno del totemismo en la infancia». Así pues, no es nada sorprendente que, según la ecuación «salvaje=niño=neurótico», Freud llegara a subrayar el parentesco entre la neurosis obsesiva y la mentalidad primitiva.

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Entonces, ¿es la Historia un mito?

Esto se ve respaldado por el paralelismo entre filogénesis y ontogénesis, aceptado aunque poco debatido. La teoría de la recapitulación de Haeckel(5), que Darwin integra en su propia teoría de la evolución, proporciona a Freud un pilar que sostiene una parte considerable de sus propias construcciones. Freud, a su vez, da a Darwin testimonios inequívocos de su admiración, llamándole "el gran Darwin"(6). Freud se apoya en sus elaboraciones en la idea de que la psicogénesis recapitula la culturogénesis.

La Historia, por tanto, no es un mito. Pero, ¿existe una oposición clara y definitiva entre ambas? Freud pretende, con la ayuda de la literatura científica en la que se apoya, reconstruir las etapas históricas del desarrollo de la humanidad tal como se produjeron realmente, y cuando esto no es posible, por falta de elementos tangibles en los que apoyarse, lo suple reconstruyendo una etapa probable, o verosímil, a saber, en Tótem y Tabú, el asesinato ritual del padre y su devoración por los hijos durante el banquete totémico-democrático.

El mito, por tanto, nace donde termina la historia, es un más allá de la historia. Del mismo modo, en el sujeto individual de su clínica, son las memorias patógenas olvidadas las que necesitan ser devueltas a la conciencia según modalidades que van del recuerdo a la perlaboración(7), y a la construcción como dirá más adelante(8).

Pero, ¿por dónde pasa la delgada línea que separa lo histórico de lo mítico y qué motiva el salto de uno a otro? Si retomamos las categorías adoptadas por el propio Freud en Tótem y Tabú sobre la sucesión de las edades de la humanidad: totémica, religiosa y científica, la historia debió surgir en algún momento de la transición de lo religioso a lo científico. Es un hecho bien establecido que, en la historia de la humanidad, el mito precede a la historia.

Con ello queremos decir que el tipo de discurso sobre el pasado de los acontecimientos humanos que hoy conocemos como Historia tiene una fecha de aparición rastreable, antes de la cual se supone que el mito reinaba como amo indiscutible. También sabemos, o sospechamos, que la Historia ha llegado a competir con el mito, a desacreditarlo, a ridiculizarlo. Veamos lo que dice al respecto Tucídides, a finales del siglo V, que parecía ser claramente consciente del salto que suponía su acto histórico:

“Por una parte, por lo que se refiere a los actos que tuvieron lugar durante la guerra, no creí tener que fiarme para contarlos de las informaciones del primer llegado, ni tampoco de mi opinión personal: o bien los presencié yo mismo (autopsia), o bien he investigado cada uno con toda la exactitud posible en cada caso. Por otro lado, la investigación tenía dificultades, pues los testigos de cada hecho presentaban versiones de los mismos que variaban según su simpatía sobre uno u otro bando, y según sus recuerdos. Tal vez la ausencia del elemento fabuloso (mythodes) en los hechos relatados restará encanto a mi obra ante un auditorio. Sin embargo, si quienes deseen examinar la verdad de los hechos ocurridos y de los que han de ser semejantes a ellos en el futuro, de acuerdo con la condición humana, los consideran útiles, esto será suficiente. En definitiva, mi obra ha sido compuesta como una adquisición para siempre más que como una pieza de concurso destinada a una escucha momentánea(9).”

Conclusiones

Parece difícil trazar una línea más clara entre mito e historia a nivel colectivo, pero ¿y a nivel individual y en el contexto de un tratamiento? El sujeto no lo recuerda todo. Lo que le falta, tiene que reconstruirlo. Si el hombre de los lobos no recuerda haber presenciado realmente el coitus a tergo de sus padres cuando tenía 18 meses, según Freud debe admitir la realidad histórica de este episodio como causa de sus síntomas posteriores. ¿Es esto historia o mito? ¿Es un hecho real que podría ser verificado por cualquier testigo si fuera posible rebobinar el hilo del tiempo e invitarse a sí mismo a la fiesta, o es una construcción mítica, una verdad que sólo existe porque Freud la enuncia, porque su paciente la cree y porque tiene alguna virtud al poner orden en el caos sintomatológico?

El paradigma arqueológico del pasado conservado tal cual, pero inaccesible para el presente, está aquí en pleno funcionamiento. Pero, ¿por qué esta insistencia inflexible de Freud en la realidad efectiva del episodio? En efecto, su teoría podría prescindir de esta realidad y se podría invocar en su lugar una especie de "materialidad específica del mito y del fantasma", según la expresión de J. P. Valabrega(10).

Después de todo, desde un punto de vista epistemológico, no sería la primera vez en la historia de la ciencia que una construcción teórica se apoyara en una premisa con un estatuto particular de realidad, sin que ello preocupara la validez de esta construcción. La ciencia física incluso hizo de ello una especie de acta de nacimiento con Galileo y su ley de la caída de los cuerpos, que supone, para un cuerpo abandonado a sí mismo, un movimiento rectilíneo uniforme; un movimiento rectilíneo uniforme que nadie en la naturaleza ha podido observar jamás, pero en cuya existencia está empeñado, sin embargo, todo lo que sigue.

En cuanto al acto del nacimiento, si consideramos el del psicoanálisis, ¿no fue un movimiento idéntico el que hizo Freud cuando renunció a su teoría de la seducción, renunciando a la materialidad de los hechos de agresión sexual y sustituyéndola por la existencia de un escenario fantasmático que implica al sujeto? Hablando del científico -y por tanto de sí mismo- Freud menciona que su creencia inquebrantable en el valor de los procesos de la razón es una reconducción del antiguo sueño de omnisciencia que fue el de las épocas totémica y religiosa(11). Pero, ¿hay uno o varios regímenes de racionalidad en Freud y cómo se ordenan entre sí, cuál es su sintaxis?

En el limitado espacio de este breve ensayo, no habremos tenido tiempo de cumplir el programa que exige el título. Nada más queríamos dar aquí una idea del estado presente de nuestras reflexiones al respecto. Sólo hemos tocado la superficie de la cuestión de la cientificidad del psicoanálisis. No hemos explorado todas las consecuencias de la distinción entre mito e historia en la teoría freudiana. Sin embargo, han surgido algunas pistas que sería interesante ver adónde podrían conducir. El avance de este trabajo también ha permitido identificar una serie de nuevas cuestiones que valdría la pena desarrollar con tiempo y atención rigurosa.

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  • (1) Lacan, "Ciencia y verdad" (1966) en Écrits.
  • (2) Por supuesto, también está el caso paradigmático de la ciencia física que, cuando entró en la era cuántica por la misma época, cuestionó radicalmente esta ausencia del observador en el fenómeno observado.
  • (3) Descartes, Discurso del método (1637)
  • (4) Freud, Tótem y Tabú (1913), Amorrortu editores, tomo XIII, (pp. 91-92)
  • (5) Ernst Haeckel, Historia de la creación de los seres organizados según las leyes naturales (1868)
  • (6) Freud, Psicopatología de la vida cotidiana (1901), Amorrortu editores, tomo VI, (p. 147)
  • (7) Freud, Recordar, repetir y reelaborar (1914), Amorrortu editores, tomo XII.
  • (8) Freud, Construcciones en el análisis (1937), Amorrortu editores, tomo XXIII.
  • (9) Tucídides, Historia de la Guerra del Peloponeso, primer libro.
  • (10) J.P. Valabrega, Fantasme, mythe, corps et sens. Une théorie psychanalytique de la connaissance (1980), París, Payot, 1992.
  • (11) Freud, Tótem y Tabú (1913), Amorrortu editores, tomo XIII, (p. 78)

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