Impresionismo: qué es, y características de este estilo artístico

Hablamos del impresionismo y de los principales artistas de este movimiento de la historia del arte.

Impresionismo
"Puente en Hampton Court", de Alfred Sisley

El mundo del impresionismo es el mundo de la Belle Époque. El inicio, el año 1874; París hervía de innovaciones y cambios. En el Boulevard des Capucines, un antiguo estudio de fotógrafo permanece abierto cada día hasta las diez de la noche.

En su interior, se exhiben las obras de unos artistas novedosos que Louis Leroy, un crítico de arte, ha denominado peyorativamente “impresionistas”. Así los cita en el artículo que escribe para el periódico satírico Le Charivari: “La exposición impresionista”. Como suele suceder, la denominación, en un principio burlesca y con la única intención de escarnecer a sus autores, trasciende el tiempo y termina dando nombre oficial al movimiento.

Características del impresionismo: ¿pintores rebeldes?

¿Quiénes eran aquellos jóvenes (y no tan jóvenes) que exponían en el Boulevard des Capucines, aquel abril de 1874? Se trataba de un colectivo de artistas desencantados con el arte oficial (que no les permitía dar rienda suelta a sus creaciones), agrupados bajo la poca original denominación de Societé Anonyme des Artistes, Peintres, Sculpteurs, Graveurs, etc. En la exposición se mostraba la obra que inspiraría a Leroy para dar nombre al grupo: Impresión. Sol naciente, de Claude Monet.

Impresión Sol Naciente

Si estos artistas debían exponer al margen del Salón oficial, quería decir, por supuesto, que su estilo no era bien recibido. Y, efectivamente; ya hemos comentado cómo el crítico Louis Leroy los ataca duramente en su artículo.

Sin embargo, justo es decir que la fama de rebeldes que les ha sido otorgada a este grupo de pintores del Boulevard des Capucines (el embrión de lo que sería años más tarde el impresionismo) no es del todo merecida. Porque, si bien es cierto que fue a partir de esta exposición de 1874 que el movimiento cobró fuerza (y, con él, toda la carga anti-academicista que llevaba) no lo es menos que mucho antes existieron otros artistas que también se atrevieron a aligerar su pincelada y a plasmar sobre el lienzo la luz y la atmósfera por encima de la forma.

Édouard Manet, ¿el padre del impresionismo?

Édouard Manet (1832-1883) se ha considerado tradicionalmente como “padre espiritual” del movimiento, a pesar de que el artista nunca se identificó plenamente con él ni expuso junto a los impresionistas. En efecto, Manet nunca se vio a sí mismo como un “artista rebelde”, a pesar de que dos de sus obras causaran auténtico revuelo. Hablamos, efectivamente, del conocido Almuerzo sobre la hierba (1863), que fue rechazado por el Salón oficial, y la no menos famosa Olimpia, realizada en el mismo año pero expuesta en 1865.

Tradicionalmente, se ha considerado que el escándalo vino de presentar a mujeres desnudas en un contexto alejado de la mitología o la alegoría (los únicos contextos en los que se permitía), aunque estudios recientes se inclinan a pensar, a la luz de las críticas que se publicaron en la época, que la conmoción vino más bien por el uso plano de los colores y el modo de plasmarlos en el lienzo.

Las obras de Manet se enmarcan en los años anteriores al nacimiento del grupo impresionista y, aunque es cierto que impulsó el movimiento y fue amigo de algunos integrantes (como Claude Monet), las influencias de este estilo no se ven en su obra hasta los últimos años de su producción. Algunos ejemplos de estas obras impresionistas tardías son Una parisina (1882), pintada un año antes de su muerte, o la curiosa tela Un espárrago (1880).

Pintura Un espárrago de Manet

La larga trayectoria del “impresionismo”

En realidad, encontrar el origen del impresionismo es difícil, y también arriesgado. A diferencia de otros movimientos con claros antecedentes, la trayectoria de lo que denominamos impresionismo se puede dilatar hasta el mismísimo siglo XVII. No hay más que contemplar las magníficas Vistas del jardín de la Villa Medici de Roma, de Diego Velázquez (ejecutadas hacia 1630) para comprobar que la técnica impresionista se expande mucho más allá de las décadas finales del siglo XIX.

Vistas del jardín de la Villa Medici de Roma

Velázquez plasma el exterior de la villa romana con pinceladas rápidas y sueltas, y consigue captar de esta forma los efectos de la luz que, de modo parecido a las pinturas impresionistas “canónicas”, emborrona las formas y confunde los colores.

Y, por supuesto, es impresionista también la pincelada de William Turner (1775-1851), un auténtico visionario adelantado a su tiempo, no en vano conocido como “el pintor de la luz”. En una fecha tan temprana como 1812, Turner terminaba de pintar Anibal cruzando los Alpes, cuyo sol despuntando entre las pinceladas frenéticas recuerda, inevitablemente, a Impresión. Sol naciente de Monet.

Anibal cruzando los Alpes

Más “impresionista” todavía es su obra Lluvia, vapor y velocidad, fechada en 1844 y que, treinta años antes de la denominación del grupo, ya se podía considerar un cuadro plenamente impresionista.

Los antecedentes “canónicos” que los manuales recogen de los impresionistas del Boulevard des Capucines son John-Barthold Jongkind (1819-1891), un pintor holandés afincado en Normandía cuyos paisajes marinos captan a la perfección la atmósfera del mar; y Eugène Boudin (1824-1898), uno de los primeros artistas en pintar au plein air (al aire libre) y que influyó fuertemente en el primer Monet.

Características del impresionismo

Después de realizar un breve recorrido por los antecedentes del impresionismo y explicar cómo y dónde se originó el grupo “oficial”, creemos necesario especificar cuáles son las características de este movimiento.

Atmósfera y luz

Ya hemos comentado la pincelada suelta y rápida como uno de sus elementos más reconocibles. Los impresionistas del siglo XIX se alejan del arte académico y buscan otros lenguajes artísticos; este nuevo camino lo encuentran en la captación de la atmósfera y, por tanto, de la luz. Para los impresionistas, el tema ha dejado de tener importancia; lo realmente esencial en una pintura es la manera de representar la realidad.

Para captar esta atmósfera tan cambiante, los impresionistas necesitan una pincelada rápida y visible, que permita plasmar todos los matices de la luz. Estos matices son tan valorados que algunos de estos artistas llegan a realizar “series” de un mismo tema; famosa es la que Claude Monet dedica a la catedral de Ruán, formada nada menos que por 30 pinturas que captan la fachada del edificio en varios momentos del día.

Pero no sólo el paso del tiempo (y, por tanto, el cambio de luz) atrae a los impresionistas. También están interesados en los diversos ambientes que los diferentes fenómenos atmosféricos otorgan a un mismo lugar. El pintor español Fernando de Amárica (1866-1956), que desarrolla buena parte de su obra en un estilo impresionista, realizó en 1905 su Ciudad con sol, una perspectiva de la Plaza de la Virgen Blanca de Vitoria-Gasteiz en un día luminoso; un año más tarde, pintó exactamente el mismo punto de la ciudad con una intensa lluvia (Ciudad con lluvia, 1906).

Au plein air

Y si la pincelada rápida y suelta era elemento imprescindible para producir las obras impresionistas, qué decir del aire libre. Es del todo imposible captar las variaciones lumínicas desde el interior de un estudio, por lo que los artistas empiezan a salir de sus habitaciones y se lanzan a la naturaleza, a la ciudad, a la vida.

En el desarrollo de la pintura al aire libre (au plein air, en francés) tuvo mucho que ver la mejora técnica que impulsó la Segunda Revolución Industrial. Los pinceles incorporaron una pieza metálica que adhería firmemente las cerdas a la madera, lo que los hacía mucho más resistentes. Por otro lado, se empezaron a comercializar las pinturas envasadas, tanto en tubos como en latas, lo que ahorraba al artista el tedio de preparar los pigmentos. Además, estos recipientes eran, por supuesto, mucho más “llevables”.

El ojo es el que mezcla, no el pintor

Al ser mucho más fácil de manejar, la pintura en tubos enrollados enfatizó la aplicación de los pigmentos directamente sobre la tela, sin mezclar, lo que entroncaba directamente con las teorías ópticas del momento.

En las telas impresionistas, los colores no se mezclan, sino que se disponen estratégicamente para que sea el ojo del espectador quien los mezcle. Es por ello por lo que, si observamos una de estas obras demasiado cerca, lo único que podremos percibir es una amalgama de colores sin sentido. Pero, cuando nos alejamos los pasos necesarios… ¡se hace la magia! La escena aparece ante nosotros.

Por supuesto, no se trata de una escena nítida y clara como las que ofrecía el arte académico oficial. Para muchos, los impresionistas “destruían” la pintura, ofrecían “bocetos” como cuadros terminados; en fin, se reían del público. No en vano, en la mordaz crítica de Louis Leroy que ya hemos citado en la introducción, el pintor ficticio que acude a ver la muestra, ante uno de los cuadros expuestos, se quita las gafas y se las limpia, creyendo que están sucias.

Lo que el pobre pintor de la crítica de Leroy ignoraba (o deseaba ignorar) era que, tras la invención de la fotografía en la década de 1830, la pintura “realista” dejaba de tener sentido. No se puede negar el enorme peso que la cámara fotográfica tuvo en el nacimiento de estos nuevos movimientos y en el curso de la historia del arte del siglo XX. Y por cierto, no deja de ser irónico que la primera exposición impresionista, aquella que tuvo lugar en 1874 y que fue blanco de tantas burlas, se ubicara en un antiguo estudio fotográfico.

Los grandes protagonistas de este movimiento artístico

Ya hemos citado a Manet como supuesto padre del impresionismo (aunque ya hemos visto que no fue exactamente así). Pero ¿quiénes eran los pintores que expusieron por primera vez en el Boulevard des Capucines, aquel 15 de abril de 1874?

Entre ellos encontramos a Claude Monet (1840-1926), para muchos, el máximo representante y el alma del movimiento. Sus famosos nenúfares, una serie de cuadros basados en las flores del estanque de su casa, se han convertido en un auténtico símbolo del impresionismo, y no olvidemos que fue su Impresión. Sol naciente, la que dio nombre al estilo.

Sin embargo, fue Camille Pisarro (1830-1903) el personaje que aglutinó al grupo y el que lo impulsó de forma más activa, a pesar de que en la década de 1880 se inclinara por las teorías puntillistas de Seurat. Por otro lado, Edgar Degas (1834-1917), famoso por sus cuadros de bailarinas, no fue en realidad un impresionista absoluto, pues tomaba su inspiración de modelos tan clásicos como las pinturas de Ingres o tan exóticos como las estampas ukiyo-e japonesas.

Pierre-Auguste Renoir (1841-1919) es otro de los grandes nombres del impresionismo que, sin embargo, presenta también elementos que lo alejan un tanto de la esencia del movimiento. Famosos son sus cuadros de fiesta, que retratan a la perfección la alegría de la Belle Époque; Baile en el Moulin de la Galette (1876) es una de sus obras más características.

Por el contrario, Alfred Sisley (1839-1899) es uno de los nombres más olvidados, si bien muchos estudiosos le adjudican el honor de ser el impresionista “más puro”. Sus obras, centradas principalmente en los hermosos paisajes de los alrededores de París (especialmente la región de Moret-sur-Loing), captan a la perfección la atmósfera de la luz y el cielo. Poco o nada valorado en vida, Sisley falleció en la pobreza, y sólo después de su muerte su obra empezó a considerarse como se merece.

Finalmente, no podemos acabar este artículo sin mencionar a las grandes mujeres impresionistas. Berthe Morrisot (1841-1895), discípula, modelo y cuñada de Manet (se casó con Eugène, el hermano de este) es una de las figuras más destacadas. Su espléndida producción, evidentemente influenciada por Renoir (o quizá al revés…) merece estar en un lugar destacado del movimiento. Por desgracia, como suele suceder, el nombre de Berthe ha estado alejado de los volúmenes de historia del arte durante demasiados años, de la misma forma que Mary Cassatt (1845-1927), la pintora que exportó el impresionismo a Estados Unidos.

  • Grimme, K.H. (2008). Impresionismo. Madrid: Taschen
  • VV.AA. (1979), Grandes de la pintura. Realismo e impresionismo, ed. Sedmay
  • VV.AA. (2001), El impresionismo, ed. Libsa.

Periodista

Licenciada en Humanidades y Periodismo por la Universitat Internacional de Catalunya y estudiante de especialización en Cultura e Historia Medieval. Autora de numerosos relatos cortos, artículos sobre historia y arte y de una novela histórica.

Psicólogo/a

¿Eres psicólogo?

Date de alta en nuestro directorio de profesionales

Artículos relacionados

Artículos nuevos

Quizás te interese